“Un estímulo o un gesto que no señale u origine expectativas de un acontecimiento musical subsiguiente o consecuente carece de significado. Como la expectativa es en gran medida producto de la experiencia estilística, la música perteneciente a un estilo con el que no estamos en absoluto familiarizados carece de significado”. La cita pertenece al tan importante como discutido Emoción y significado en la música, de Leonard B. Meyer, y, al margen del debate a propósito de su vigencia, constituye un acicate adecuado para reflexionar sobre el concierto que nos ocupa. Especialmente en lo relativo a los procesos catalizadores de música futurible, así como a la vinculación (en no pocas ocasiones vidriosa) entre la obra y el marco estilístico que pueda operar en su exégesis o alumbramiento.
En este sentido, Livre pour cordes, de Pierre Boulez, constituye un objeto de análisis de particular interés. Articulado como reelaboración del Livre pour quatour (concretamente de los movimientos 1a Vivo y 1b Moderato), la pieza de 1968 funciona a la manera de ampliación polifónica provisoria, de desarrollo progresivo inacabado. Así, su interpretación es susceptible de provocar zozobra, incertidumbre, una vulnerabilidad similar a la que comentaba el filósofo americano con base en la orfandad estilística por parte del oyente. François-Xavier Roth (primera aparición bajo el auspicio de Ibermúsica) y una inmensa Gürzenich-Orchester Köln (cuyas raíces musicales, remontándose hasta el siglo XV, alcanzan y rebasan la contemporaneidad del compositor francés) tradujeron semejante imaginario en un delicado trabajo de divisi, donde cada voz contribuyó urdiendo una atmósfera más próxima al hilvanado que a un tejido perentorio. Hay que encarecer el resultado final, basado en el desempeño individual de cada atril de archi y la labor de Roth, muy activo desde el principio y cuidadosamente atento al balance total.
A continuación, tuvo lugar la segunda presentación de la velada: Benjamin Grosvenor. El joven solista británico (pero no bisoño; a sus espaldas ya figura un amplio racimo de premios y grabaciones) fue el encargado de desgranar la siguiente composición del programa: Concierto para piano y orquesta núm. 2 de Beethoven. Interpretado por primera vez en público el 29 de marzo de 1795 y finalmente editado en 1801, el Concierto para piano núm. 2, pese a no pertenecer, en palabras del propio Beethoven, a lo mejor de su repertorio, conforma, en virtud del discurso solista y ciertos experimentos armónicos, un ejercicio todavía interesante y digno de ser escuchado. Así lo demostraron Grovesnor y la formación de Colonia, logrando encomiables pasajes a lo largo de los tres movimientos: Allegro con brio, Adagio y Rondo: allegro molto (según asegura F. R. Tranchefort, ¡compuesto en una noche la víspera del estreno!). La buena actuación pianística, que destacó por su limpieza y sencillez, se prolongó a través de un bis cinematográficamente célebre: el Largo del Concierto para clave núm. 5 en fa menor, de Johann Sebastian Bach.