Este séptimo concierto del ciclo sinfónico de la Orquesta Nacional se articulaba con una marcada progresión dialéctica, desde la nostalgia inicial, el sucesivo desasosiego, la incertidumbre y finalmente la catarsis, entre dos compositores, Berg y Schumann, cuyas íntimas conexiones surgieron por el propio contenido y por el enfoque que dieron David Afkham y el solista Christian Tetzlaff.

Sobre el Concierto para violín de Berg se han vertido ríos de tinta, en torno a su sentido doblemente trágico –de la muerte de Manon Gropius y de la sobrevenida del propio Berg– pero tal vez lo que hace imprescindible a esta obra en el género sea su capacidad de constituirse como un universo en sí misma. Y así lo entendieron director y solista, quienes no obstante la exigencia de diversos registros a lo largo de los dos movimientos, mantuvieron una coherencia global en todos sus aspectos, desde las sonoridades, las gamas dinámicas, el desarrollo del material.

David Afkham y Christian Tetzlaff
© OCNE

Tetzlaff puede considerarse uno de los violinistas más notables del panorama actual y muestra además una afinidad especial con este repertorio. Desde los pasajes del primer movimiento en los que el violín deambula sobre las notas altas, casi imperceptible, escondiéndose y emergiendo con respecto al acompañamiento de la orquesta, hasta los densos compases de notas dobles hacia el final de ese mismo movimiento, donde el violinista alemán plasmó una tímbrica casi viscosa, de una expresividad que anclaba al oyente, o los complejos pasajes del segundo movimiento en el que es inevitable una confrontación exigente con la orquesta, Tetzlaff supo devolver un discurso flexible y coherente a la vez, con un sonido que podía ser hiriente y lacerante, como el lamento de ese ángel a quien se dedica el Concierto, o bien amable y evocador. Las cualidades del solista se acompañaron con una dirección medida, bien concertada, con los necesarios contrastes, pero sin excesos; un discurso inquieto que alcanzó su destino en ese coral bachiano en el que el viento simula un órgano y apacigua el dolor del violín.

Tras el descanso, Afkham se puso al frente de la Orquesta Nacional de España para proseguir el ciclo dedicado a Robert Schumann en esta temporada, en este caso con la Sinfonía núm. 2. Una obra que muestra la madurez del compositor con los medios orquestales y que surge de un periodo de la vida de Schumann caracterizado por una de sus crisis depresivas más importantes. Aun así es una página que nos saca de las tinieblas, a través de la consolación de la música del pasado –evidente la cita bachiana del primer movimiento y las evocaciones beethovianas que se recurren a lo largo de toda la obra– que da paso a una energía arrolladora, especialmente en su segunda mitad. Afkham decidió construir esta sinfonía como continuación con la primera parte del concierto, pero al mismo tiempo como su rescate, para sacarnos de las tinieblas.

La Orquesta Nacional de España con David Afkham en la dirección
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Los tiempos que adoptó el titular de la ONE fueron vivaces, si bien se distinguieron con acierto todas las voces y el empaste sonoro siempre resultó adecuado, sin fisuras, y bien balanceado hacia un protagonismo de la cuerda. El primer movimiento se desarrolló con parsimonia, asumiendo progresivamente un voltaje más alto, que quedó patente en el Scherzo, brillante y eléctrico. A pesar de un sonido contundente constante, el manejo de las dinámicas fue lo bastante hábil para permitir dar un impulso final en las impetuosas explosiones schumannianas, así como el protagonismo de la estructura rítmica bien vertebrada entre las varias secciones. Por contraste, el Adagio espressivo fue realmente tal, con una cuerda vibrante y un precioso trenzado del viento madera. El movimiento final retomó las pautas y la atmosfera del Scherzo con una conclusión brillante y que arrancó ovaciones.

Tal vez podamos afirmar que en lo que llevamos de temporada de este Ciclo Sinfónico, este concierto haya sido el más convincente –al menos de los conciertos presenciados por quien escribe– en cuanto a concepción, interpretación y calidad tanto del solista como del director y su conjunto, todos ellos en un indudable notable estado de forma. 

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