Como el aprendiz de brujo, bajo su batuta mágica Antoni Wit logró que la Orquesta Sinfónica de Navarra y el pianista Peter Jablonski transformaran las composiciones de los grandes compositores rusos del siglo XIX y XX en olas bulliciosas y torbellinos de vientos que cautivaron el auditorio del Baluarte.
Sin apenas tener ambos pies en la tarima, Wit –como si tuviese miedo a que Glinka le descubriera– mandaba a la orquesta que empezara a ejecutar la obertura de Ruslan y Ludmila. A pesar de ese inicio tan rápido e inesperado resultó muy difícil no quedar sujeto por esta breve pero muy intensa y completa composición. La alternancia de compases más rápidos con otros más pausados no perjudicó en absoluto su ritmo acelerado; al contrario, creó el clima de expectación más adecuado para la entrada en escena de Peter Jablonski.
Y fue con el mismo estilo que director y pianista dieron paso al Concierto para piano n. 3 de Prokofiev. La determinación fue la nota dominante en la interpretación de Jablonski, sobre todo en aquellas partes de la partitura donde tenía que compartir protagonismo con la orquesta. Con fuerza, pero sin chillar, Jablonski hizo entender quién era el solista en esta parte del concierto tanto que, al terminar el primer movimiento, algunos espectadores no pudieron contener una tímida manifestación de entusiasmo. Sin que esto interrumpiera la concentración necesaria para tocar una partitura que está estructurada en torno a un armónico equilibrio entre clásico y moderno y que requiere no poca potencia para ser llevada a cabo, Jablonski se lució aún más relevando a continuación las flautas y los clarinetes que le iban proporcionando los motivos de las variaciones que caracterizan el segundo movimiento. La intensidad siguió creciendo finalmente en el tercer movimiento, principalmente en los últimos compases, cuando Jablonski demostró que sin el sonido del piano la partitura se quedaba como coja.
La presencia del pianista sueco-polaco dejó, como no podía ser de otra manera, una huella profunda en el auditorio. Una mezcla entre elegancia, sensibilidad y vigor sumadas a una toque preciso y ligero, fueron los ingredientes que le permitieron triunfar.