Desde la fatídica segunda semana del pasado mes de marzo, cuando la irrupción de la Covid-19 paralizó los ensayos dedicados a la preparación de Achille in Sciro, la ópera de Francesco Corselli que debía presentarse en el Teatro Real de Madrid, la Orquesta Barroca de Sevilla no había tenido oportunidad de reunirse y hacer música. Por eso resultaba especialmente señalada la invitación del 69º Festival de Santander, una edición que, debido a las condiciones sobrevenidas por la crisis sanitaria, ha recalculado la ruta de su programación privilegiando la participación de agrupaciones nacionales. En este sentido, pero asimismo conforme a la importante presencia que la música antigua supone en los repertorios a interpretar, la elección de la OBS, que ocupa una merecidamente destacada posición entre los conjuntos españoles consagrados a dicho acervo, se demostraba doblemente ajustada.
La propuesta en cuestión, organizada fundamentalmente alrededor de la forma concerto, combinaba la producción de tres de sus más insignes cultivadores en el periodo barroco: Arcangelo Corelli, Johann Sebastian Bach y Georg Friedrich Haendel. Nos quedamos, eso sí, con la duda de saber si las razones que habían llevado a titular el concierto que aquí se reseña como Viaje al Parnaso tenían que ver con algo más que la evidente relevancia de tales figuras. Cuando Ventura Rico, coordinador y contrabajista de la OBS, empuñó el micrófono para pronunciar las correspondientes palabras de introducción, se limitó a enunciar vagamente los títulos incompletos de las piezas a desgranar, propiciando la consiguiente sensación de extrañeza en el público (o, por lo menos, en este cronista). Es comprensible que en circunstancias como las que envolvían la actuación de anoche la emoción impida un discurso fluido, pero lo cierto es que el silencio, antes que intervenciones tan apresuradas y vacías de contenido, hubiese contribuido en mayor grado a generar una atmósfera de escucha adecuada (damos las gracias y defendemos, pese a todo, la realización de exposiciones orales previas a la propiamente musical: dinámicas de este jaez pueden hacer mucho bien a los formatos ritualistas de concierto que predominan inercialmente en la mayoría de nuestros auditorios).
En cualquier caso, los primeros compases del Concerto grosso Op. 6 n. 3 de Corelli desvanecieron la incertidumbre y aquilataron el umbral sonoro de lo que se confirmaría como una sucesión de movimientos y obras orgánica y, en definitiva, encomiable. Porque fueron muchas las virtudes que atravesaron el recital de la OBS: una afinación certera (con pocas pausas para el reajuste de la tensión de las cuerdas de los quince instrumentos que poblaron el escenario, lo cual es asimismo agradecido), una cuidada y marcada alternancia en los cambios de tempo, una articulación homogénea y una energía que no dejó margen al cansancio o a la indiferencia, recorriendo de principio a fin el ejercicio.