Existen conciertos que perduran en la memoria, que uno guarda en su recuerdo imborrable al paso del tiempo. El pasado sábado fue uno de ellos, con la Orquesta Sinfónica de Galicia, en una velada ennegrecida por los trágicos sucesos acaecidos el viernes anterior en París. El recital comenzó con un momento sensiblemente triste y muy emotivo al interpretar el himno gallego frente a un auditorio en pie. El himno, ligeramente retocado con acordes menores, conmovió a la audiencia y terminó en un minuto de silencio.
Comenzó entonces la música de Haydn y la anunciada Sinfonía núm. 94 conocida como "La sorpresa", pero "la sorpresa" fue otra, al escuchar los primeros acordes algo no cuadraba, y en efecto, lo que sonaba era la Sinfonía núm. 95 debido a un cambio en el programa. Slobodeniouk, con su enérgica personalidad y sin despegarse de su temperamento, atrajo a Haydn a su terreno más de lo que estamos acostumbrados a escuchar, ese carácter clásico tan representativo de la música haydiana, se vio perdido en ocasiones, tendido por marcados sforzati y grandes contrastes de intensidad. Fue el segundo movimiento donde sí se pudo apreciar esa pulsación tan característica de la primera escuela vienesa.
A continuación hizo su entrada el violinista Dmitry Sitkovetsky, un músico de una personalidad arrolladora que con su sola presencia hacía presagiar la interpretación que allí había de ocurrir. El Concierto para violín núm. 2, Op. 129 de Shostakovich era el marco, una obra perteneciente al último período de la vida del compositor que tiene como premisa un carácter trágico y angustioso, y que está marcada por la enfermedad que sufrió durante largos años. Esa tensión se pudo percibir en todos los aspectos, un gesto de dolor extrajo del violín un sonido grande y desgarrador, con un vibrato profundo que colmó la sala desde el primer acorde.