Con una segunda y luminosa velada protagonizada por la Deutsche Kammerphilharmonie y Omer Meir Wellber llegó el Festival de Santander a una festiva conclusión. Un nuevo viaje a través del repertorio clásico romántico, en este caso enriquecido por la brillante participación de la Coral Andra Mari, una joya vocal que dejó un hermoso testimonio de la calidad coral que emana del País Vasco. Las voces de Errentería se erigieron en protagonistas indiscutibles de una velada que se abrió, enlazando con la anterior, con una nueva gran obra sinfónica de juventud. Así, tras las Primera de Mozart y Segunda de Schubert de la noche anterior, era ahora el turno para la Primera de Beethoven. Dado que ya conocíamos la mezcla de energía desatada y lúcida musicalidad con la que Wellber aborda este repertorio, no sorprendió enfrentarnos a una Primera nada complaciente, enrabietada, de dinámicas desbordantes, pero al mismo tiempo de una precisión rítmica insuperable y con la suficiente expresividad para vehicular todo el rango de emociones que esta obra maestra beethoveniana atesora.
El Adagio-Allegro con brio inicial ejemplificó a la perfección estos aspectos, trazando Wellber una sutil introducción, seguida de una fluida transición a un Allegro en el que la orquesta hizo alarde de ataques tan limpios como contundentes. Fue algo más problemático el Andante cantabile con moto, en parte por la literalidad con la que Wellber siguió esta última indicación. No fue sin embargo impedimento para disfrutar de un excitante desarrollo y de un hermoso pasaje contrapuntistico de la cuerda grave al inicio de la reexposicion. El tercer movimiento fue toda una cátedra de virtuosismo tejiendo la orquesta de Bremen un diálogo orquestal vivaz al máximo, coloreado por unas maderas afinadas y rebosantes de personalidad y unos violines primeros antifonales, que sonaban como un solo instrumento. En interpretaciones tan dramáticas como ésta, el timbal juega un papel crucial, contribuyendo a la construcción de climas y a la intensidad de los crescendo. Merece por tanto mención especial la interpretación del principal Jonas Krause quien estuvo a la altura del reto con una interpretación virtuosística, perfectamente sincronizada y con dinámicas de lo más flexibles. Ni que decir tiene que todas las excelencias descritas cristalizaron en un pletórico Allegro final.
La elección de la Misa Nelson de Haydn resultó ser un cierre excepcional para el festival. Es una pieza de dimensiones moderadas por la que transitan todo tipo de emociones: festivas, solemnes, marciales, etc. Ideal para dejar un gran sabor de boca al público y más aún con interpretaciones tan magníficas como la que disfrutamos. Fue decisiva la Andra Mari que mostró una destreza vocal incontestable, con una sonoridad tan cohesionada que parecía emanar de una sola voz. Exhibió intensidad apasionada en el Kyrie, autenticidad operística en el Gloria y refinada delicadeza en el Qui tollis y el Sanctus. Las voces masculinas cumplieron a la perfección en grandes momentos, como la fuga del Quoniam o el Hosanna in excelsis.
En el cuarteto vocal, la soprano estadounidense Heidi Stober se llevó gran parte de la atención. Voz de gran valor y experiencia, en el Kyrie desplegó buenas agilidades y un registro grave pleno. Se adecuó a Wellber, quien dirigió desde el pianoforte, con una exhibición vocal tan dramática como, en ocasiones, poco idiomática. El Gloria exigió lo máximo de los solistas, dando Stober rienda suelta a una inapropiada vena verista, y luciendo el bajo Stefan Cerny un magnífico sonido cavernoso que empequeñeció toda la noche al tenor Martin Mitterutzner. Éste sólo dejó entrever muy ocasionalmente un timbre cálido y redondo. Fue el Qui tollis uno de los mejores momentos de la noche con un poderoso Cerny y una Stober más sutil y contenida, quien por fin encontraría en el subsiguiente Quoniam su mejor registro. En el Et incarnatus, disfrutamos puntualmente de la contralto Frenkel, bastante escondida toda la noche.