La música de Penderecki no es en absoluto ajena a la Orquesta Sinfónica Nacional de Chile. El conjunto estatal ha brillado en varias instancias con la obra del maestro polaco, y ha obtenido buena respuesta por parte del público, el cual parece sentirse atraído por uno de los nombres más transversales de la composición contemporánea, quizá por el cruce entre innovación y tradición que subyace en su música.
En cada ocasión, los más entusiastas se podrían haber preguntado: “¿y cómo sería si el propio compositor estuviese dirigiendo su obra frente a la OSNCH?”. Ciertamente, la interrogante apareció con más claridad y fuerza ahora que la orquesta programó su Concierto para chelo núm. 2, de 1982, tan solo un par de semanas antes de que el polaco dirija en Lima y Sao Paulo. Y es que sus venidas a Sudamérica ya son una constante, y el propio Penderecki ha manifestado en entrevistas su interés por visitar Chile.
Aunque sin él, el resultado fue glorioso, emotivo y de enorme impacto artístico, además de contar con el mejor chelista de nuestro suelo para encarar esta pieza de enormes proporciones: casi cuarenta minutos de virtuosismo y exigencia técnica, tanto para el solista como para la orquesta. Celso López, primer chelo de la OSNCH, ha propiciado en sus apariciones las obras más cercanas a nuestro presente, y tras los conciertos de Lutoslawski, Dutilleux y la Sinfonía-Concierto de Prokofiev, era natural que sumara este título.
Una experiencia predecible para bien, pues indudablemente López deslumbró, tal como esas otras veces, con su sonido claro, su digitación precisa y un sensitivo manejo del arco. Además, conoce a sus compañeros, sabe cómo tocan, y estuvo en sintonía con la masa orquestal, que fue comandada por Daniel Raiskin. Este, por su parte, sacó lustre a los abundantes colores de la partitura, tan característicos del compositor, a los efectos de las percusiones, los secos acordes, y las cascadas armónicas.