David Grimal quiso trasladar la experiencia de su proyecto de orquesta sin director −Les Dissonances− al programa que en esta ocasión ofreció la Orquesta Sinfónica de Galicia. El trabajo previo que hubieron de realizar de compenetración con el solista, conjeturamos que es más profundo que en otras circunstancias, para permitir que el concepto innovador de "toquemos juntos" se superase con eficacia.
El breve latido de los timbales inicia el Concierto para violín y orquesta, de Beethoven, es como un palpitar recurrente, un órgano rítmico que permanece latente en todo el primer movimiento. La progresión melódica de la orquesta expone con solemnidad sinfónica los temas que el instrumento solista ornamenta a posteriori. El Allegro ma non troppo alcanza el clímax aún sin haberse incorporado David Grimal, fruto de la orientación compositiva que el propio músico le había conferido, más cercano al concepto de música de cámara que a la concertante. Los sonidos fluyen en un discurso que el violinista conduce del intimismo más profundo a la explosión poética. El frotar delicado de su arco en una elegancia que asemeja el ondear del viento sobre un cuerpo flexible se prolonga en los trinos perpetuos, infinitos, en suspensión. El cromatismo de unas escalas que muestran el amplio registro tímbrico empleado y las octavas consecutivas reveladas a través de las dobles cuerdas, se afrontan con virtuosismo pero sin alarde técnico alguno. Así, la orquesta se integra en el discurso sin liderazgo de Grimal.
La primera variación del Larghetto, de una complejidad armónica manifiesta, ofrece un bello diálogo entre el violín solista y los vientos. El clarinete y el fagot presentan con especial serenidad el desarrollo de Grimal en una interpretación de sutil intensidad emotiva. Frente a esta limitada vehemencia, los pianissimi más frágiles de la orquesta, hieráticos, contrastan con los voluptuosos fortissimi, abruptos antes de la última cadenza del violín. El Rondo irrumpe la calma anterior en un tono vivaz que induce a danzar. Las melodías entre orquesta y solista se concatenan con cierto vigor. El tono poético se recupera en un pasaje en sol menor, donde los aires bucólicos envuelven al solista en su interacción con el fagot. La orquesta resuelve sin expresividad desmesurada un allegro vivaz gracias a la elocuencia interpretativa de David Grimal.