Con un apetecible cartel marcado por dos novedades, la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias ofreció una intensa y abrumadora velada. Se inauguró el concierto con un estreno absoluto, Danzas flamencas, de Daniel Sánchez Velasco, obra que surgió de unas conversaciones que el compositor mantuvo con el director Rossen Milanov, y que pretende homenajear a Paco de Lucía.
Sánchez Velasco se sirve de la música andaluza para realizar un viaje a través de la imagen del maestro guitarrista, utilizando un lenguaje que podríamos definir como puro nacionalismo español, donde la supremacía lírica es génesis y órbita de la obra. Dentro de esta enrocada definición podemos englobar tanto el Prólogo –que funciona a modo de presentación temática–, como el segundo número Danza general, que no pierde ese arrojo flamenco. La obra posee un carácter programático que el autor no pretende encubrir, claramente visible en los movimientos tercero y cuarto –Escena y Fandango–, donde a través de la utilización de ritmos de origen latino o de escalas jazzísticas nos hace evocar esa faceta más experimental de la música de Paco de Lucía. Precisamente esa fusión y la utilización de polirritmias fue móvil para que la percusión se desencajara, protagonizando pasajes con algunos éxodos rítmicos, hecho que en ningún caso fue en desmedro de una magnífica partitura. Con ese ímpetu inherente a la dirección de Milanov, la obra caminaba hacia el cierre, acelerando con frenesí a la orquesta para conceder mayor gloria al desenlace.
Más primicia –en esta ocasión estreno en España– y más melodía escuchamos en la segunda obra del concierto. Se trataba de Incantations, para percusión y orquesta del compositor finlandés Einojuhani Rautavaara. En escena se encontraba el percusionista Colin Currie, que centraría todas las atenciones a diferentes niveles: tanto visualmente –monopolizando el frente del escenario con su numeroso instrumental–, como desde una perspectiva puramente estética y formal, sometiendo la orquesta a su interpretación. Así, lo concibe el propio Rautavaara, como resaltó el musicólogo y compositor I. López Estelche en la magnífica y necesaria conferencia previa al concierto, "el solista actúa de intermediario entre orquesta y oyente". Y así lo asumió Milanov, completamente subordinado a las decisiones de Currie. Aunque resultó aruda empresa debido a que durante el primer movimiento, orquesta y solista tardaban en llegar a cohesionar las frases en una correcta disolución, lo que hacía presagiar un tenso divorcio. Lo cierto es que la conexión tardó en llegar... pero al fin llegó. A partir del segundo movimiento, todo comenzó a cobrar sentido y entonces sí fue comprensible la evocación de aquellas Auroras boreales que reza el ciclo donde se hallaba inserto este concierto; incluso permitió que a la llegada del último movimiento, donde se realiza la reexposición del primer tema, se produjeran al fin las ansiadas nupcias. El solista verificó la musicalidad existente en la percusión, brillando especialmente durante su larga cadenza, incluso toma la dirección de la orquesta con el director como privilegiado espectador.