Calixto Bieito está estresado. “Tengo un lío enorme”, dice, y a nueve días del estreno de su nueva producción de Das Rheingold de Wagner en la Opéra National de Paris es difícil saber hasta qué punto lo dice en serio. “Empezamos los ensayos muy tarde porque nuestro Wotan estaba enfermo y no pudo ensayar, así que he tenido que ir muy deprisa. Me encanta estar aquí –el reparto es fantástico–, pero hemos tenido que hacerlo en ocho días. He estado superagobiado, pero no pasa nada y estoy contento”.

Y ahí está: una sonrisa tranquila y la insinuación –que no sorprenderá a ningún amante serio de la ópera– de que en cierto sentido, Bieito no está del todo contento a menos que lleve las cosas al límite. Esa es la impresión que pueden dar los titulares que suelen acompañar a sus producciones. “Vandalismo pueril” y “basura que revuelve el estómago” fueron algunos de los comentarios más destemplados que recibieron sus primeros trabajos. Los juicios más recientes han sido más suaves, e incluso entusiastas. Pero sería un día aburrido para la ópera si Bieito perdiera su capacidad de sobresaltar, desafiar y provocar.
De lo que no cabe duda es que Bieito se toma su labor muy en serio, y de que trabaja a un ritmo agotador. Después de París, sólo tiene unas pocas semanas de descanso antes de ir al Grand Théâtre de Genève para dirigir una nueva producción de Khovanshchina, la epopeya inacabada de Mussorgsky sobre la religión, la agitación política y el suicidio colectivo en la Rusia del siglo XVII. Esta producción es la última de una serie de revisualizaciones radicales de clásicos rusos que Bieito ha creado para Ginebra. Anteriormente hizo Guerra y paz de Prokofiev (2021) y Lady Macbeth del distrito de Mtsensk de Shostakovich (2023).
No hace falta ser una autoridad en ópera rusa para sospechar que Khovanshchina, con sus enrevesados temas filosóficos y la maraña de diferentes versiones, pondría en apuros incluso a un director tan intrépido como Bieito. Pero él no se deja intimidar. “Vivo para esto”, dice, “dirigir y viajar. Creo que he preparado bastante bien Khovanshchina y estoy deseando empezar”.
Una de las primeras decisiones que hubo que tomar fue qué versión utilizar. Junto con el director Alejo Pérez, Bieito ha optado por la orquestación de Shostakovich con una escena final de Stravinsky. “Esta versión ofrece más perspectiva”, dice, “y al ser más moderna, la siento mucho más cercana al espíritu de Mussorgsky, si se puede decir así, porque nunca sabremos qué habría dicho Mussorgsky. No sabemos si habría sido su opinión. Cuando hice Boris Godunov utilicé la primera versión”.
Se refiere a la propia versión de Mussorgsky, frente a la posterior y más utilizada edición para la interpretación de Rimsky-Korsakov. Este también creó una versión completa de Khovanshchina, pero al hacerlo pudo haber atenuado la originalidad de Mussorgsky. “Me gusta mucho la versión de Rimski-Kórsakov”, dice Bieito, “algunas de sus músicas, también me gustan algunas de sus óperas. Pero Rimsky-Korsakov hace la obra más convencional. No es necesario. Mussorgsky es muy lacónico, y eso está bien”.
Pero si algo se puede esperar de cualquier producción de Bieito es que no dejará que nada –ninguna convención, ninguna tradición– le impida seguir su propio camino, a menudo chocante, hacia lo que él considera el corazón de la obra. Reconoce que los resultados no son para todos los gustos.
“Algunos creen que soy arrogante, pero es todo lo contrario. No puedo controlar al público. Hice un espectáculo en Londres cuando era muy joven, Comedias bárbaras, y fue un desastre, un escándalo enorme. Un mes después lo llevamos a Dublín y allí resultó un éxito enorme. Gané todos los premios del año. Y pensé: 'No entiendo nada'. Si empiezo a pensar en el público, me volveré loco. ¿Qué público es conservador y cuál no? Por supuesto que no lo sé. No puedo saberlo. No me gusta hacer que la gente abuchee, no es mi intención. Pero no puedo cambiar mis gustos ni las cosas que hago con mi equipo”.
En cuanto a Khovanshchina: bueno, no se puede negar que la infancia de Bieito en la España totalitaria de Franco y su educación a manos de los jesuitas, que según él le enseñaron el terror, le dan un punto de partida muy particular al mundo sangriento y dominado por la religión del drama de Mussorgsky. Tratarlo simplemente como historia no es una opción. “Hay papeles maravillosos, y una oportunidad para explorar esta confrontación entre la violencia de los militares, los movimientos nacionalistas, los fundamentalistas, la historia de amor, y cómo esto nos afecta a todos socialmente”, dice. “Vivimos hoy, somos modernos. Tenemos que interpretarlo”.
Lo que nos lleva al dilema que cualquier director que ponga en escena una ópera rusa en 2025 se encuentra: la situación política actual. En opinión de Bieito, hay cuestiones más amplias en juego:
“No puedo evitarlo al cien por cien, por supuesto que no. Pero no puedo pretender dar una lección sobre la historia rusa. No me gusta hablar de cosas que no conozco, e incluso Khovanshchina no es cien por cien fiel a los hechos históricos reales. Por supuesto, tengo amigos en Rusia, he trabajado en San Petersburgo. Pero creo que tenemos que abordar Khovanshchina como si estuviéramos haciendo Hamlet o El rey Lear. Es una historia universal. Siempre hay gente que quiere mantener las viejas costumbres y gente que quiere que la sociedad evolucione. La humanidad siempre tiene esta pelea; es una lucha siempre. Y sí, se puede interpretar como si uno de los bandos fueran fundamentalistas religiosos. Pero del mismo modo, podrían ser personas que prefieren vivir en armonía con la naturaleza.
“Si la cultura rusa tiene algo en común con parte de la mentalidad española, creo que es la fascinación por la utopía, la imposibilidad de encontrar la utopía. También hay una relación con la anarquía española. Como sabes, en la Guerra Civil española, el movimiento anarquista fue muy fuerte. Y Rusia siempre oscila entre movimientos anarquistas. Esto es algo que puedo entender bien. Para mí, comprender bien significa sentirlo en el cuerpo”. Se señala la cabeza y luego el pecho.
“No sólo aquí, no sólo en mi cerebro. En mi cuerpo. Puedo sentir la violencia, que está muy cerca de la cultura española, de Goya. Hay un cuadro de Goya, Duelo a garrotazos, en el que dos hombres se golpean con palos. Esto es España, y en cierto modo también está cerca de Rusia. Es la historia de la humanidad. Los seres humanos a veces no son amables los unos con los otros y hay una enorme falta de empatía en el mundo. Esta falta de empatía está en mi trabajo”.
“Pero no soy quien para dar mensajes o consejos. Porque no hay que olvidar el arte. Es una interpretación, siempre. Me gusta poner en escena lo que veo. No voy a un restaurante si no me gusta la comida. Pero creo que ir a la ópera es maravilloso: hay música maravillosa y cantantes maravillosos. Hay muchas cosas a las que agarrarse. Intento crear imágenes fuertes. Inconscientemente, estoy creando botellas con mensajes en su interior sobre mi vida, mi infancia. No sé si alguien las leerá, pero no importa. No creo en la posteridad”.
Será pues una Khovanshchina creada aquí y ahora, para hablar al público de aquí y de ahora por un director que responde al arte de una manera visceral. “Es una obra fascinante. Estaré muy contento de estar en Ginebra porque sé que tendré a todos los cantantes y tendré tiempo suficiente, y esto me hace feliz”. Cuando Bieito lo explica, todo parece tan natural y tan sencillo… de acuerdo, “sencillo” no es la palabra adecuada. Pero aún así, añade, “se puede ver el lago de Ginebra”. Para este director siempre hay una visión más amplia. Y con eso, por ahora, vuelve a la olla a presión de los ensayos de Wagner en París. “Terminaré”, dice sonriendo, “los wagnerianos me matarán, pero acabaré el ciclo”. Uno sospecha que para Bieito no cabe otra posibilidad.
Este artículo ha sido patrocinado por el Grand Théâtre de Genève.
Este artículo ha sido traducido del inglés por Katia de Miguel.