Carmen, nuestra universal cigarrera sevillana, ha encarnado desde sus inicios una colección de clichés asociados a la idea romántica de lo español. Con el paso de los años y las olas de actualización en las propuestas escénicas, pareciera que perdura la intención de abundar en los tópicos, actualizándolos sin ir mucho más allá, cambiando la epidermis del relato sin adentrarse a las entrañas; algo que se pone de manifiesto en la última producción que ofrece el Teatro Real durante todo el mes de diciembre.

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Aigul Akhmetshina (Carmen) y Lucas Meachem (Escamillo)
© Javier del Real | Teatro Real

Y es que la lectura del creador italiano Damiano Michieletto, estrenada en Covent Garden el año pasado, abunda en esos mismos tópicos, sencillamente trasladados al tardofranquismo. El lenguaje escénico nos es conocido. Uno no puede evitar recordar la apasionante propuesta que Calixto Bieito creó allá por finales de los noventa y que aún hoy sigue tan vigente. Pero el problema de esta producción no es tanto los tropos narrativos, sino el hecho de que funcionan a media carga dramática. Carmen es una obra llena de instantes repletos de intensidad emocional y, sobre las tablas, parecen desaprovecharse cada una de esas oportunidades para conmover o, al menos, embelesar al público. El aspecto más original de la obra es traer a escena la figura de la madre de Don José, que funciona como contrapunto moral visible al devenir de perdición que vertebra la historia. Hay, además, algo incómodo en el hecho de asociar la libertad sexual de Carmen con la prostitución: en pleno 2025, si se opta por esa vía, al menos habría que proporcionar alguna reflexión política o social.

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Adriana González (Micaëla), Charles Castronovo (Don José) y Coro Titular del Teatro Real
© Javier del Real | Teatro Real

Tampoco en el terreno vocal encontramos aquí una producción para recordar. Lo mejor de la noche fue, sin duda, su protagonista, la mezzosoprano Aigul Akhmetshina. Sus medios vocales son incontestables: posee una emisión potente y carnosa, un timbre oscuro, con esas irisaciones crepusculares que tanto caracterizan a la escuela rusa. En los recitativos hubo momentos de verdadera tragedia. Sus arias icónicas, sin embargo, se abordaron con un inexplicable aire introspectivo, casi tímido; faltó sensualidad y seducción en su construcción del papel.

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Aigul Akhmetshina (Carmen), Toni Marsol (Moralès) y David Lagares (Zuniga)
© Javier del Real | Teatro Real

Sus tres compañeros protagonistas cumplieron con algunas irregularidades. La Micaëla de Adriana González tuvo que luchar con una caracterización que rayaba lo grotesco. Tuvo excelentes momentos que conmovieron por la dulzura de su emisión en pianísimo, con bellísimas notas flotantes que inundaron la sala de buen gusto. Su ataque al registro alto, sin embargo, se resintió de un color algo ácido y exceso de vibrato. El Escamillo del barítono Lucas Meachem ofreció una buena caracterización teatral y corporal, y algunos pasajes vocalmente sólidos; sin embargo, según avanzó la noche, la emisión se resintió, llegando casi a desaparecer por momentos. Por último, se agradeció el esfuerzo del tenor Charles Castronovo, que puso arrojo e intención a un papel que resolvió con soltura en las escenas dramáticas, pero al que le faltó una línea de canto más fluida y un tercio agudo más apuesto en las más líricas.

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Aigul Akhmetshina (Carmen) y Charles Castronovo (Don José)
© Javier del Real | Teatro Real

Musicalmente, lo mejor de la noche estuvo en los conjuntos. Los coros —de adultos y de niños— ofrecieron un trabajo notable que, a falta de una escena potente, vistió las tablas de contexto gracias a su calidad vocal. En el foso, un trabajo enérgico y vibrante de la directora Eun Sun Kim, sin excentricidades ni excesos folclóricos, consiguió dotar a la noche de un pulso trágico, potenciando los ritmos en las secciones bajas y mimando el trabajo de filigranas en las maderas.

Y, llegados al final de la primera parte de esta temporada, resulta inevitable establecer comparaciones con el año pasado, con el magnífico principio de curso del que pudimos disfrutar entonces. Este año la fortuna no parece estar de nuestro lado. Esperemos que, tras la pausa navideña, el Teatro Real consiga, una vez más, ofrecernos la calidad que un coliseo de su categoría merece.

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