La diversidad ofrecida por un collage de pequeños elementos melódicos y rítmicos, en estilos e influencias del romanticismo tardío al expresionismo del siglo XX, permitió una sugerente jornada musical. La sesión comenzó con la Obertura del festival académico, op. 80 de Brahms algo compacta ante ciertas frases cortantes. Si bien la dirección de Andreas Ottensamer tendió a unos animados desarrollos melódicos con extremas dinámicas y extensos vibratos para no resultar monótono. Colocaba así el director austríaco la versatilidad de la expresión en primer plano. Rasgo que también sería proyectado desde los sutiles puentes de apoyo del viento metal, para contrarrestar los enfrentamientos contrapuntísticos entre cuerdas. Resultando, hasta el final, una forma exquisita de reforzar la fuerza imperante de una marcha fantástica.
A este número siguió el arreglo de Guy Braunstein del preludio de Rusalka, op. 114 de Dvořák. Se trazó desde el inicio una cierta distancia en el lenguaje musical entre solista y orquesta, pero que irían confluyendo con diálogos afines. Para ello, se partió de un trabajo basado en desarrollar las melodías del conjunto con acentuación, frente al expresionismo intimista alcanzado por la genial técnica del violinista israelí. De tal modo, trasladan una fuerte diferencia de carácter para contraponerlo con la vivacidad de la segunda mitad del preludio. Aquí, el director invitado optó por sacar brillo a unos sobresalientes vientos y alcanzar la comunión entre tutti y solista con ingeniosas repuestas apoyadas en tempi. Tejida una capa sonora común, esta se subrayó desde el enfoque de un sonido profundo en matices, junto al desarrollo de la fuerte presencia dancística, mediante la habilidad por empastar melodías entre orquesta y solista.
Un brutal ejercicio de concentración llevó al Palacio de Congresos cacereño a reiterados agradecimientos, a los que Braunstein respondió con una pieza extra de Brahms y deleitó de nuevo con su técnica y musicalidad.
La diversificación de recursos orquestales en las Variaciones sobre un tema de Haydn, op. 56a de Brahms motivó ejercer un tratamiento regido en las texturas. A través de la grata cohesión entre orquesta y director y de un tempo relajado, se exploró la poderosa homogeneidad sonora de los vientos y la presencia de los cruces melódicos de cuerdas y vientos en las dos primeras variaciones. Sobre una insinuante animación, se potenciaron las variaciones III y V desde una articulación contrapuntística muy satisfactoria. Escuchamos elementos reiterados, especialmente en la Variación VII: Gracioso, a través del trabajo incisivo en las limpias y armónicas transiciones. Así, se percibieron unas variaciones con un crecimiento progresivo de sonoridad clara y diáfana sustentada en una musicalidad estilosa.
Con Danzas de Galanta de Kodály se tendió a un sonido fluido en la realización de cada momento instrumental protagonista, permitiendo reflejar un espíritu jovial. Cabe destacar las excelentes frases y cadencias de los vientos metal y madera junto con la percusión. También fue absolutamente estimulante la decisión de Ottensamer en poner en alza el tempo para manifestar gustosamente cierta tensión en la recta final. Propuesta secundada por una magistral defensa de la orquesta extremeña al mantener el impulso veloz en las escalas vertiginosas y, al mismo tiempo, sacar a la luz las respuestas entre grupos tímbricos. Decisivamente, un final espléndido ante la encomiable destreza en la complejidad de las tramas coloristas y rítmicas orquestales, exploradas desde el inicio de la velada.