La nueva temporada de la OSG ha arrancado con un atractivo y exigente programa en el cual se confrontaron dos obras de temáticas y épocas afines, pero de dimensiones y lenguajes antagónicos.
Desde su re-estreno a finales del año pasado, el Canto fúnebre de Stravinsky ha experimentado una milagrosa resurrección. La presente interpretación de la OSG constituía la tercera en España en menos de un año. A la luz de lo escuchado estamos ante una recuperación más que justificada. Slobodeniouk realzó a la perfección los hallazgos tímbricos y armónicos de la partitura. No en vano el director ruso-finlandés lleva grabado en su ADN la música de su país natal. Su mayor acierto fue la forma en que aminoró el trasfondo marcial de la obra, confiriéndole un evocador carácter cantable. Así, los metales brillaron en esta ocasión en su registro más intimista. Igualmente deslumbraron las maderas en su canto póstumo al dedicatario, Rimsky-Korsakov.
En los últimos tiempos es de lo más habitual que directores jóvenes, embarcados en meteóricas carreras, se lancen a dirigir y grabar las sinfonías mahlerianas con una facilidad pasmosa. Sinfonías como la Segunda, constituyen un viaje épico, repleto de interrogantes y dilemas, no sólo interpretativos, sino también filosóficos y humanísticos, que exigen un proceso de maduración e interiorización por parte del director… salvo que éste se conforme con ofrecer un Mahler tan correcto como rutinario. Este no es el caso de Slobodeniouk quien ha ofrecido a su público a cuentagotas la música de Mahler. Sólo tres ocasiones previas, dos de ellas en gira. Cada una de estas citas ha sido el fruto de un proceso de meditación y maduración y esto se ha reflejado en interpretaciones que impactan por su coherencia y honestidad. De hecho, estos son los rasgos que definen al Mahler de Slobodeniouk: sinfonías construidas desde el máximo respeto a la partitura, en las que el director aparca filias, fobias e impulsos retóricos. El resultado es un Mahler sincero, objetivo y tremendamente idiomático.
Se trata de una música susceptible de enfoques tan diversos, que nunca habrá un Mahler para gusto de todos, pero para aquellos amantes de la música del compositor austríaco que no van a una sala de conciertos a escuchar su Mahler favorito –en muchos casos fruto de la casi exclusiva audición de grabaciones discográficas con la distorsión de la realidad que estas representan- sino a enriquecer su conocimiento abriéndose a nuevas experiencias y planteamientos interpretativos, el Mahler de Slobodeniouk constituye un regalo para los sentidos. Estamos pues ante un Mahler carente de retórica, afectación y auto-indulgencia, en el que la austeridad de expresión y los tiempos uniformemente vivos son marca de la casa. Esto sólo puede ser llevado a cabo con éxito cuando existe una orquesta en estado de gracia y perfecta sintonía con su director. Una orquesta que extraiga lo máximo de cada nota, sin recurrir a aditamentos ni rubatos exagerados, ni a exhibicionistas Luftpauses, etc. Y así, si algo definió a la Segunda de Slobodeniouk fue la claridad: cualidad que siempre fue prioritaria para el Mahler director de orquesta.