Apostó en esta ocasión la Orquesta Sinfónica de Galicia por la juventud y el talento que encarnan Edgar Moreau y Kerem Hasan. El primero, violonchelista que cuenta con el bagaje de un segundo premio en el certamen Tchaikovsky de Moscú; el segundo, vencedor del Premio Von Karajan en Salzburgo. Ambos reunidos ni más ni menos que en el Concierto para violonchelo de Dvořák; el concierto de los conciertos para cello; una auténtica piedra de toque.

Antes, Hasan y la orquesta presentaron al público coruñés Tropos de Fernando Buide. Obra ya quinceañera, es de agradecer la recuperación de uno de los estrenos orquestales del compositor gallego actual más programado, quien recientemente veía estrenada su ópera bufa A sombra de Cristal. Transitar por las primerísimas creaciones de un compositor suele arrojar una bocanada de entusiasmo y aire fresco musical. Este fue el caso de Tropos, un mundo sonoro en el que predomina la abstracción, pero por debajo de la cual subyace una intensa emoción. Ya desde sus principios muestra Buide un impulso creador alejado de academicismos, credos estéticos, pero también anti-estéticos, tan al uso. La primera sección fue muy convincente, sutil pero abigarrada, entreverada por las voces de unas maderas llenas de vida. La segunda sección, más sincopada y agitada, resultó menos sugerente, más explícita, y tal vez por ello más problemática para la orquesta, el director, y por supuesto también para aquel que completa el hecho musical, que no es otro el público. Breves pero cálidos aplausos para el compositor.

El violonchelista Edgar Moreau y el director Kerem Hasan junto a la Sinfónica de Galicia © Orquesta Sinfónica de Galicia
El violonchelista Edgar Moreau y el director Kerem Hasan junto a la Sinfónica de Galicia
© Orquesta Sinfónica de Galicia

Hacía siete años que no sonaba en La Coruña el referencial Concierto de Dvořák; máxima expectativa por tanto. Los veinteañeros Moreau y Hasan, talentos con un gran presente y un futuro de lo más prometedor, demostraron que una carrera musical se va construyendo poco a poco, peldaño a peldaño. Aunque ocasionalmente, prodigiosos jóvenes talentos nos impactan por la madurez de sus interpretaciones, esto no es ni lo más normal ni lo más deseable. Los jóvenes tienen el derecho e incluso el deber de equivocarse. Moreau evidenció una portentosa técnica, que se tradujo en un sonido transparente y cálido, pero un tanto lastrado por el abuso del portato, constante desde el principio al final de su interpretación, y por su extrema contención expresiva. A todo esto, se unió el problema de la escasa proyección de su sonido, algo especialmente grave en un auditorio tan amplio como el Palacio de la Ópera.

Desde el pódium Hasan no le ayudó, pues no hubo un adecuado control de los balances; incluso en los pasajes más camerísticos maderas y trompas ahogaban todavía más la voz del solista. Su concepción de la obra fue muy melosa y plana, lo cual resulta frustrante en una partitura rebosante de fresquísimas ideas, motivos y atmósferas. En los pasajes más introspectivos los tempi eran dilatados de forma artificial, autoindulgente. No es de extrañar que la interpretación superase de largo los cuarenta minutos. Metales y maderas en sus intervenciones solistas aportaron lucidez, pero esta nunca se integró en un discurso cohesionado. De la misma manera que revisitamos la obra de Buide al inicio del concierto, ojalá podamos revisitar la obra de Dvořák en manos de los mismos intérpretes, dentro de tres lustros. Igual en ese momento entenderemos mejor muchas cosas que hoy por hoy se nos escaparon.

La segunda parte nos trajo un regalo musical de la mano de la suite de Lady Macbeth de Mtsensk de Shostakovich realizada por James Conlon. Si habitualmente la ópera ha llegado a los atriles sinfónicos en forma de intermezzi, tal como Víctor Pablo Pérez hace ya casi veinte años dirigió a la OSG, Conlon crea una auténtica sinfonía operística al estilo de las de John Adams. Los temas principales y la acción cobran vida de forma impactante a lo largo de ocho episodios. Fue una interpretación abrumadora no solo por el volumen de sonido –no podía ser menos con siete percusionistas en el escenario– sino también por la lucidez con la que el director dio vida a la desgarrada trama que inspira la obra. Fueron especialmente fascinantes el primer número, por su electrizante modernidad, muy acertadamente recreada por Hasan y la segunda escena de Katherina y Sergei, de inspiración abiertamente mahleriana, en la que Hasan exprimió al máximo la intensidad emocional desplegada por Shostakovich. Una gran segunda parte para un concierto que, a pesar de los pesares, fue estimulante y ameno.

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