Hay en la obra religiosa de Haydn una serenidad apacible, una teatralidad mesurada, que resuelve brillantemente la contradicción de la trascendencia cristiana con el mensaje racionalista del Siglo de la Luces. Y Las siete últimas palabras de Cristo en la Cruz es probablemente el encargo más complicado en ese sentido, porque atañe a uno de los momentos más simbólicos del Nuevo Testamento, más cargados de mística y de inextricabilidad. También la forma, siete movimientos lentos, más la introducción y el Terremoto final, suponían un reto en términos de variedad del material y aun más en la versión para fortepiano que es la que hemos tenido la ocasión de escuchar con Yago Mahúgo.
El intérprete madrileño dejó claro en una breve introducción antes de comenzar que, en su opinión, es una obra cumbre del compositor austriaco, justamente por el simbolismo que contiene y por la capacidad de describir esos instantes decisivos de las Escrituras. Mahúgo además ha grabado la obra, por lo que tiene un dominio evidente de la misma, si bien usó partitura en todo momento; pero lejos de ser un hecho que lo alejaba de la música, al contrario, resultó como motivo de concentración, como si justamente fuese la mejor forma de dejar de lado los egos del intérprete. En relación con el instrumento, una copia del modelo Anton Walter de 1789, Mahúgo demostró su profundo conocimiento: el fortepiano es un instrumento rico de resonancias, sin pedales que permitan controlar justamente el flujo de sonido, de control dinámico complejo y plasmar el sonido que se desea, requiere mucha atención por el detalle y un gesto siempre consciente, algo que Mahúgo tuvo en todo momento.
Desde la introducción se vieron las capacidades para articular los contrastes, resaltar las células que ya desde los primeros compases engendran los sucesivos desarrollos, imprimir el justo dramatismo sin caer en el exceso. Mahúgo demostró tener presente la obra en su conjunto para destacar el carácter propio de cada movimiento y lo hizo con sólidos medios técnicos: un bien delineado fraseo con una ornamentación sobria y elegante, un amplio abanico de dinámicas, así como una digitación clara que permitió un sonido sin estridencias fueron las características que dieron lugar a una interpretación muy certera.
Desde la solemnidad de la introducción, hasta el más pronunciado efectismo del Terromoto final, más que música programática al uso, las diferentes sonatas son un recorrido de estados de ánimo internos, de la multiplicidad de las emociones. No faltaron por ende la delicadeza y la dulzura, que Mahúgo articuló con esmero y un toque sutil. Asimismo quedaron bien reflejadas esas filigranas polifónicas que emergen en la escritura de Haydn con discreción. Se mantuvo por lo general la atención y no faltó la búsqueda de ofrecer un recurso distinto, un matiz tímbrico en cada número, pero siempre intentando mantenerse arraigado en el texto, rigurosamente fiel al mismo.
Sin duda, Mahúgo apareció muy involucrado en la obra, probablemente también por poder ejecutarla en un escenario privilegiado como la Capilla Mayor del Monasterio de San Jerónimo. Realmente, y puede que esto sea lo más importante, hizo cantar al instrumento en una obra en la que justamente la música tiene que describir palabras sin usarlas. El público, que ocupaba integralmente las bancadas disponibles, acogió calurosamente la entrega del maestro madrileño.
El Festival de Granada se hace cargo del alojamiento en la ciudad para Leonardo Mattana.