Frente a la disrupción de las vanguardias en el siglo XX, existe un itinerario diferente, anclado aún al clima tardorromántico como en el caso de Zelimsky, paralelo a las nuevas tendencias como en Viðar o incluso orientado a un cierto neoclasicismo como en el último Strauss. Esta alternativa frente a los movimientos más rupturistas se conforma de diversos lenguajes, a menudo distintos entre ellos, y el programa propuesto por Cornelius Meister para su visita a la Orquesta Nacional de España parece dar muestra de ello. Un programa de gran brillo sinfónico, pero también más íntimo con la participación del oboe solista de Robert Silla.
La pieza inicial era Eldur (Fuego) de la compositora islandesa JórunnViðar. La obra, estrenada en 1950, tiene una caracterización rítmica marcada, así como una hibridación entre un lenguaje postromántico y la recuperación de ciertos estilismos del folklore nórdico (algo en lo que Viðar se prodigó a lo largo de su carrera). En sus 12 minutos alterna momentos de grande potencia orquestal y paréntesis de enternecedor lirismo, estos últimos a cargo del concertino, la violinista invitada Barennie Moon, en los que se pudo lucir con gran expresividad. La orquesta, bajo la dirección de Cornelius Meister, sonó precisa incluso en los momentos más intensos, consolidando una amplia gama de dinámicas y con un color contundente y robusto. Un notable adelanto de todo lo que vendría en la segunda parte.
Antes empero, con un conjunto instrumental más reducido, la ONE nos ofreció el Concierto para oboe y orquesta de Strauss, concebido y compuesto justo al final de la Segunda Guerra Mundial y que vino propuesto por Robert Silla, oboe solista de la propia ONE. Es una obra que mira hacia el pasado, que se desprende de la capa romántica para alcanzar una limpidez y transparencia que lo acercan más al ideario clásico. Con unas sonoridades más medidas y una articulación rigurosa pero natural, la orquesta sostuvo en todo momento el brillante quehacer de Silla: en el primer movimiento, destacó por su agilidad y facilidad por alcanzar las notas altas, así como un fraseo bien articulado y compartido por el conjunto instrumental. El movimiento siguiente, un apolíneo Andante, fue simplemente impecable, cristalino en su simplicidad y el gran mérito del solista y del director fue la de evitar cualquier languidez. Así mismo el movimiento conclusivo, retomó la brillantez del Allegro moderato inicial, revalidando las cualidades de Silla, que sin duda mereció las abundantes ovaciones del público.

La segunda parte del concierto estuvo dedicada a La sirenita de Zemlimsky. Esta suite sinfónica, que se sitúa a las puertas de las grandes revoluciones musicales del siglo XX, tiene su referencia temática en el cuento de Andersen. Lejos de la edulcoración posterior de Disney, La sirenita de Andersen evoca un mundo mágico y fantástico, pero también cruel y doloroso, siendo esa la contradicción que Zemlinsky pretendió plasmar. El despliegue orquestal es notable y empleado con exuberancia, incluso puede sonar recargado en algunos momentos, por lo que la tarea del director consiste especialmente en mantener un discurso bien pautado, aprovechando los motivos recurrentes para vertebrar toda la obra, así como también diversificar las dinámicas y dar los respiros necesarios en esos pasajes más crepusculares. Meister así lo entendió y, aun destellando con un declarado virtuosismo orquestal, supo ponderar los recursos y dosificarlos a lo largo de los tres movimientos. Por otro lado, el sonido fue cálido, bien empastado, conservándose fluido en toda su duración. Encomiable por tanto la labor de Meister, que se confirma como un director de gesto nítido y decidido.
En suma, este Sinfónico 21 mostró una vez más la ductilidad de la ONE, tanto a la hora de trabajar con otros directores como en la amplitud de su repertorio; al igual que las ya indiscutibles cualidades, puestas a prueba con un programa de gran interés y sensibilidad.