No cabe duda de que Domenico Scarlatti dejó una huella en la historia musical de nuestro país, y particularmente en la de Madrid, ciudad en la que vivió desde 1733 hasta el día de su muerte, el 23 de julio de 1757. Una placa en la casa en la que se estableció en la calle Leganitos, en el pintoresco barrio de Antón Martín, lo recuerda. A punto de cumplirse 250 años desde que el músico napolitano se mudara a la capital, nos presenta la Fundación Juan March el magnífico ciclo conmemorativo “La huella de Scarlatti”, el cual se recrea en la obra de este compositor, así como en sus influencias en Europa y en la música de otros autores. Varios intérpretes encabezan la gesta sobre el piano o sobre el clave, y nosotros hemos tenido la suerte de acudir al recital ofrecido por la pianista Alba Ventura, en el marco del capítulo “Scarlatti. Del Clasicismo al Romanticismo”. Vaya por delante que también nos ha dejado huella la pianista catalana.
En primer lugar, porque no es fácil organizar un programa donde dialoguen con total eficacia músicos de épocas dispares, aunque les unan elementos compositivos comunes. Además, presentaba movimientos de sonatas u obras sueltas de ciclos concebidos como unidades expresivas. La elección de las obras primero, y la resolución interpretativa después, resultaron en un éxito innegable, produciendo un discurso con dirección y claridad estructural, como si en realidad se tratara de una sola obra compuesta por tema y variaciones. Sin duda tuvo la destreza para dotar a cada pieza del carácter propio que se le atribuye o corresponde a sus autores, mostrando con toda claridad lo que es de cada uno, y resolviendo con total perfección las innumerables dificultades técnicas que abundan en sus obras (quienes no pudieran apreciarlas por el oído podían, además, apreciarlo por la vista, gracias a unas pantallas sobre las que se proyectaban imágenes a tiempo real de las manos de la pianista, y que nos brindaron un ejemplo de cómo lograr los mejores resultados empleando una economía de gestos absolutamente eficiente).
También debemos reconocerle el buen gusto de enseñar al público a un Clementi que rara vez llevan los pianistas del aula al escenario, y de hacernos experimentar su música compleja a través de un estudio detallado de su forma musical y de sus elementos temáticos. Así pudimos disfrutar del discurso sonoro sin hacer esfuerzos para reconocer los temas y sus diálogos contrapuntísticos. En las antípodas de este grave movimiento de sonata, nos encontramos también con el magnífico y brillante “Caprice à la Boléro” de Clara Schumann, interpretado con soltura, alegría y una cierta fogosidad; y el Cappricio en si menor de Brahms, igualmente brillante en su estructura rítmica.

Tal vez sea el elemento rítmico, junto a un sonido amplio, pero adecuado al repertorio base de piezas clásicas, el aspecto que más influyó en la gran acogida por parte de los asistentes, aunque también sería necesariamente destacable la alegría intrínseca que se experimentaba como consecuencia de percibir una evidente conexión de la pianista con su repertorio y con el público. Es difícil escoger un momento significativamente más alto que otro en este concierto, pero nos inclinamos por el empuje rítmico enunciado en las sonatas de Scarlatti, por la resolución de los pasajes de notas repetidas, trinos y cruces de manos, y por el cuidado esmero en destacar dinámicas graduadas y escalonadas acordes al estilo concreto. Pero igual podríamos destacar la insuperable versión de los Estudios sinfónicos de Schumann, que ocuparon toda la segunda parte del programa, o la inesperada propina, un sobrecogedor “Pelele” de Enrique Granados que puso fin a una velara musical redonda.
Nos quedamos, pues, a la espera de que Alba Ventura vuelva a visitarnos, con la grabación del concierto que la Fundación Juan March ofrece en su propio Canal, donde se nos permite rememorar este y otros eventos acontecidos hasta el momento. ¡Que lo disfruten!