Noche y programa dedicado al virtuosismo solitario de la guitarra clásica en el recinto catalán. Para ser exactos, la de Miloš Karadaglić; uno de los especialistas en este instrumento de cuerda integrado en la orquesta. Desmerecidamente, la guitarra ha sido (en el terreno clásico) una damnificada durante la mayor parte de su historia; su desventaja sonora frente al resto de instrumentos siempre le restó presencia en las composiciones, aunque la ganó sobradamente por otro lado, en un contexto más popular, convirtiéndose en uno de los protagonistas más representativos del Mediterráneo. Ese ‘ser y no ser’ ha demostrado que la guitarra es capaz de sobrevivir entre dos mundos, como son la clásica y el folclore. El montenegrino dio una clase magistral de entendimiento y exposición de todas sus posibilidades: que en su caja y en sus cuerdas acuna tanto la elegancia como el duende. Como contrapunto de este pensamiento aún arraigado, este guitarrista llevó a cabo un programa de encuentro entre la serenidad de las cuerdas y los saltos farrucos, cumpliendo un todo en el pentagrama.

Trastocando un poco el orden de la disposición de las obras, Karadaglić inició el programa con el Concierto para guitarra de Vivaldi. La cadencia del solista con la lectura del instrumento se hizo palpable ya en el inicio, demostrando la defensa de lo que serían los diferentes estilos musicales que afrontaría su guitarra clásica. La nostalgia y la melancolía, los tiempos rápidos y las melodías contrastadas con el resto del conjunto, destacaron el instrumento protagonista (originariamente, el laúd) con la exploración de sus efectos, timbres y compases sobre la habilidad de los arpegios sobre acordes.
En el Fandango del Quinteto para guitarra y cuerda de Boccherini, Karadaglić se recreó en el romanticismo temprano de la pieza, acompañado de los violines, violas y violonchelo a su paso por los aires populares de la pieza. Representando una melodía delicada y afable, el papel solista de nuevo fue interpretado por la guitarra mientras un conjunto acompañaba en los pasajes más líricos. Los primeros ritmos de danzas populares empezaron a emerger de manera cíclica, pudiendo demostrar la defensa de una cadencia más “flamenca” en el balcánico sobre las estructuras clásicas.
La Passacaglia de Weiss retrató las posibilidades armónico-rítmicas en una tablatura de trastes que, con aire popular, atendió a una serie de variaciones de carácter noble; un tratamiento destacado, basado en los cambios temáticos de sus variaciones, que desarrollaron las líneas más intimistas de todo el repertorio. Con el Concierto para oboe y orquesta en Re menor de Marcello, los intervalos contestatarios entre conjunto y solista, el protagonismo de lo melódico, las diferentes tonalidades expuestas y las modulaciones armónicas dispuestas al agrego de ornamentos, hicieron de esta pieza el catálogo final de las danzas más representativas del Barroco.
La intervención final y esperada de Karadaglić se concentró en la pieza de La muerte y la doncella de Schubert, con la posterior muestra del arreglo de Mahler. La tristeza y ternura del tema principal que arrastra toda la obra se potenció con la textura polifónica y la sonoridad conseguida a través del desarrollo dramático enfundado en las armonías que, de forma reiterada, desarrollaban variaciones de todo el conjunto. La seguida muestra del arreglo de Mahler potenció la base temática en una homogeneidad más espesa, con el interés explícito del autor en recrearse en la expresividad, y pasando musicalmente del dramatismo al desasosiego sonoro en un corpus sinfónico final.
Miloš Karadaglić y la Orquesta Da Camera brindaron una muestra de repertorio polivalente protagonizado por cuerdas, en la que la guitarra clásica presentó de nuevo una nomenclatura de posibilidades del rasgueo de sus cuerdas.