Tras el intervalo transcurrido desde el pasado 13 de febrero, fecha en la que los solistas de Les Arts Florissants (a saber, las sopranos Miriam Allan y Hannah Morrison, la mezzosoprano Mélodie Ruvio, el tenor Sean Clayton y el bajo Edward Grint, todos ellos bajo la dirección del tenor Paul Agnew) desgranaron los Madrigali a cinque voci, libro quarto de Carlo Gesualdo, la Sala de Cámara del Auditorio Nacional de Madrid, esta vez con el valor añadido de contemplar la inauguración de una nueva temporada del ciclo “Universo Barroco” del CNDM, volvía a reunir al ensemble fundado por William Christie con el objeto de consumar el siguiente episodio de la retrospectiva dedicada a los madrigales a cinco voces del compositor italiano, iniciada dos años antes.
La elipsis asimismo puede servir para representar el vacío o el silencio que separa el momento de publicación de aquel compendio, 1596, con respecto al año en que apareció (se discute si pudo haber sido compuesto con anterioridad) el Libro quinto, 1611. Y, en parte a causa de ello, en esta ocasión se echaron doblemente de menos las siempre agradecidas consideraciones preliminares de Sean Clayton a propósito de las obras a interpretar: no únicamente porque las medidas sanitarias nos han privado de los habituales programas impresos, con sus correspondientes notas y el texto, original y en castellano, de los madrigales en cuestión (la pantalla iluminada del móvil es una solución precaria, descartada por otros auditorios madrileños, como el Teatro Real, que continúa poniendo a disposición del público el acostumbrado folleto en papel), sino también debido a que el arco vital que distancia al Gesualdo de Ferrara del Gesualdo que hoy nos convoca con motivo de este Libro quinto resulta de un interés particular para comprender la evolución armónica que se percibe en el que terminó por constituir el penúltimo eslabón de la serie.
El concierto, así pues, adoptó un tono solemne, en el que la música hubo de transmitir aquello que no alcanza a decir el verbo: los veinte madrigales se escucharon sin solución de continuidad, una travesía que fue posible gracias a la elevada concentración del apartado vocal y a la no menor atención de los asistentes. En este sentido, la atmósfera enhebrada en la Sala de Cámara no pudo ser más propicia para advertir las cualidades de la obra en su conjunto, una homogeneidad a la que correspondió Les Arts Florissants con inicios sincronizados a la perfección, y con un equilibro versátil frente a lo que acaso revestía el desafío discursivo más complicado: encontrar el balance ante la permutación constante de los integrantes del elenco de cinco voces que cantara en cada instante. La compenetración entre Allan, Morrison, Ruvio, Clayton, Grint y Agnew se fraguó de un modo absolutamente orgánico, repartiendo protagonismos y fluctuando coloraturas para mantener siempre compensada la distribución tímbrica y dinámica de la resultante sonora. Por otra parte, cabe señalar que los versos que conforman el Libro quinto, prácticamente en su totalidad de carácter anónimo, a excepción de dos poemas de Guarini y uno de Arlotti, evidencian una intensidad narrativa notable: suspiros, amores perdidos, llanto, muerte… Por eso es justo aplaudir los giros dramáticos articulados desde la entonación, que Agnew lideró sin aspavientos pero con gestos claros, adelantando la textura de los distintos pasajes y pautando la energía conveniente.
Por último, es también necesario ensalzar otra virtud de difícil consecución, que recorrió de principio a fin el ejercicio de Les Arts Florissants: una afinación muy certera, que no precisó de pausas entre madrigal y madrigal para ajustar alturas, ni tampoco de un diapasón que recuperase referencias perdidas. Los intervalos que organizan la carga de tensiones y distensiones armónicas del Libro quinto son el fruto de un proceso progresivo de orientación hacia el cromatismo, que se torna paulatinamente incómodo para el oído no entrenado. Desde luego, no es éste el caso de Agnew y sus solistas, cuyo acierto reveló un conocimiento sobresaliente de la partitura, y una familiaridad incuestionable con el repertorio. Sin duda, se trata de otro de los atributos cosechados gracias al marco que granjean los proyectos de largo aliento, por los que merece la pena que el CNDM siga apostando. Es seguro que la última cita de esta revisión y reivindicación de Gesualdo, agendada el próximo 23 de febrero y consagrada al Libro sesto, no contradirá tal aserto.