Rodrigo Macías González dirigió la Orquesta Sinfónica del Estado de México en un maridaje de Mozart y Mahler en colaboración con el Dúo Gerwig & González. El Concierto para dos pianos núm. 10 es el único que Mozart escribió para este formato. En el escenario se colocaron dos Steinway enfrentados y con las tapas retiradas, en los que Christine Gerwig y Efraín González Ruano pudieron leerse y comunicarse las indicaciones. La orquesta desempeñó en gran medida un papel de acompañamiento ante las líneas virtuosas de los dos pianos. El contraste dinámico fue limitado, pero el equilibrio estuvo bien logrado. El segundo movimiento estuvo protagonizado por las maderas, y el oboísta interpretó bien su solo. El tercer movimiento está lleno de hoquetus (una técnica musical en la que una misma melodía se reparte entre dos instrumentos) entre los dos pianos, que el dúo ejecutó muy bien. Como bis interpretaron Idilio mexicano de Manuel Ponce (su única obra para dos pianos), que estuvo igualmente bien ejecutada.
La Séptima sinfonía de Mahler fue escrita en 1905 y es quizás su sinfonía menos ortodoxa y más inusual: además de evitar la estructura sinfónica tradicional de cuatro movimientos, incluye cencerros, una guitarra, una mandolina, y un Tenorhorn (trompa tenor). A menudo llamada Lied der Nacht ("Canción de la noche"), consta de dos movimientos titulados Nachtmusik ("música nocturna") I y II, y la abundancia de música en clave menor la impregna de un sentimiento oscuro.
El primer movimiento comenzó enérgicamente con un solo idiomático de la trompa tenor, seguido pronto por un acompañamiento igualmente enérgico del resto de la sección de metales y de toda la orquesta. El movimiento está repleto de complejos ritmos de marcha, y solo en este movimiento interviene la caja. El cajista tocó en perfecta sincronía, acentuando la naturaleza frenética del movimiento. La coda reunió las fuerzas de la orquesta en un final entusiasta. El segundo movimiento (Nachtmusik I) tiene forma de rondo, con ritmos de danza y la introducción de los cencerros. Las maderas tocaron aquí con especial precisión, ya que los ritmos en cascada exigidos por Mahler son bastante difíciles de ejecutar con éxito. La sección de percusión no estuvo tan equilibrada como en el movimiento anterior, pero aún así proporcionó un fuerte acompañamiento.
El tercer movimiento, una sarcástica parodia de un vals, presenta inusuales combinaciones orquestales (por ejemplo, timbales con los bajos y los violonchelos) y varios solos de viola. A la manera típica mahleriana, pequeños grupos de instrumentos se pasan el tema entre sí en lugar de que toda la orquesta toque tutti. Los intérpretes de tuba y contrafagot fueron lo más destacado de este movimiento, resaltando los tonos graves de las melodías. El cuarto movimiento (Nachtmusik II) está protagonizado por la guitarra y la mandolina, alternando entre serenas melodías en clave mayor e interrupciones más disonantes. Hubiera sido útil que la guitarra y la mandolina se sentaran en la parte delantera del escenario o en un lugar sin obstáculos de vista (como suele hacerse en algunas ocasiones), pero sus partes seguían siendo audibles desde sus posiciones en medio de las cuerdas. Las disonancias del movimiento desaparecieron gradualmente hacia un final lento y sereno.
El finale es quizás el movimiento más difícil, con ritmos rápidos en los metales y un complicado contrapunto en toda la orquesta. Macías González y la orquesta manejaron la música con bastante destreza, aunque en algunos momentos las melodías de los metales se confundieron ligeramente. El timbalero brilló con excelencia, marcando los ritmos palpitantes del movimiento. Aunque el camino hacia el final estuvo bien trazado, el ritardando en el penúltimo compás fue pasado por alto, y el volumen del acorde final no estuvo a la altura de los momentos precedentes. Sin embargo, la propia escritura de Mahler hace que el final de la sinfonía sea peculiarmente anticlimático e inesperado, por lo que el efecto no se perdió del todo.