Con motivo del centenario de la legendaria soprano Maria Callas, el Liceu le ha dedicado un espacio de celebración a su vida y a su canto. Una propuesta más que se añade a este año especialmente interdisciplinar (viniendo de la Tosca de Villalobos y el Macbeth de Plensa) de la mano de otra de las leyendas del arte: Marina Abramović. 7 Deaths of Maria Callas es una creación metaoperística, que se mueve entre la interpretación lírica, la narración audiovisual y la acción escénica, con la finalidad de ser, en su conjunto, una carta de amor de una leyenda viva a otra leyenda muerta.

Marina Abramović en 7 Deaths of Maria Callas
© David Ruano | Gran Teatre del Liceu

La obsesión de Abramović por Callas y la muerte en sí son los soportes de la obra; la simbiosis entre vida-muerte es el núcleo con el que arranca la propuesta y con la que finaliza, literalmente. Porque a pesar de ser una celebración (algo tétrica) a Callas, de revivirla a través del cuerpo y la voz de otras, de recorrer de nuevo por todos los papeles de su repertorio más famosos, se volverá a revivir y a contemplar su muerte. La propuesta rezuma belleza, con algo de morbosidad pero las resonancias artísticas y personales entre ambas hacen posible una encarnación espiritual entre cantante, personaje y artista. Porque todas ellas están unidas por sus muertes; todas ellas muertas por el amor.

Rinat Shaham interpretó Carmen; en la proyección, Willem Dafoe y Marina Abramović
© David Ruano | Gran Teatre del Liceu

Fusión ecléctica por un equipo interdisciplinar, véase (incluyendo a la propia Abramović como directora escénica, escenógrafa, intérprete) a Marco Brambilla en lo audiovisual, Marko Nikodijević en lo asistente musical, Antonio Méndez en la dirección orquestal o la participación del gran Willem Dafoe en lo interpretativo. Todo da forma a una narración yuxtapuesta que repasa, entre fragmentos visuales y musicales, la vida de Callas, presente a través del cuerpo durmiente de Abramović en una cama dispuesta al lateral del escenario. Abramović y Callas superpuestas, lo discursivo se inicia en el desfile de todos los personajes femeninos que alguna vez fueron la misma cantante. El acto performativo es esta aportación viva en medio de una ensoñación medio muerta, en el que las siete performances, roles y muertes conllevan a la propia expiación de la protagonista.

Leonor Bonilla interpretando las arias de Lucia di Lammermoor y Marina Abramović
© David Ruano | Gran Teatre del Liceu
 

Gilda Fiume interpretó a Violetta y su “Addio del passatto”, donde Abramović junto a Dafoe recrean la muerte de la protagonista de La traviata en el silencio de un lecho, intercambiando miradas, todo acompañado del delicado abandono de la voz de Fiume. Vanessa Goikoetxea, en Tosca y en su “Vissi d’arte”, pone el lirismo una muerte cargada por la culpa; Abramović camina al borde de un rascacielos del cual se precipita. La Desdémona verdiana de Otello traducida por Benedetta Torre; el íntimo “Ave Maria” se contrapone a las imágenes violentas de la artista, siendo estrangulada por las serpientes acomodadas en su cuello a manos de su antagonista. Siguiendo con el “Un bel dì vendremo” de Cio-Cio San, Antonia Ahyoung Kim recrea uno de los momentos más íntimos, observando un paisaje desolado por alguna catástrofe, en el que Abramović parece estar buscando mariposas en medio de la destrucción y acaba ahogándose a medida que respira la desolación del lugar o de la tragedia en Madame Butterfly. Rinat Shaham dio vida a una Carmen y su prevalente proclama “L’amour est un oiseau rebelle”, en donde Abramović y Dafoe forcejean unidos por una cuerda, símbolo del destino de los personajes, y donde finalmente ella cae abatida por el apuñalamiento al querer desprenderse. El momento más emotivo y de goce musical fue en la famosa aria de la locura de Lucia di Lammermoor, interpretada por una muy resuelta Leonor Bonilla en “Il dolce suono” y “Ardon gli incensi”, acompañando una escena en la que se contemplaba a la artista en pleno ataque de locura, destrozando espejos y auto-agrediéndose en mitad del frenesí. Cerró el ciclo una Norma con “Casta diva” por Marta Mathéu, entonando al dúo interpretativo camino a un suicidio conjunto por el fuego purificador.

Las siete solistas en la escena final de 7 Deaths of Maria Callas
© David Ruano | Gran Teatre del Liceu

Cada intérprete prestó una energía característica a su personaje, incluyendo a Abramović, quien reinterpretó los últimos minutos de vida de Callas. Un acto dilatado en la última parte, viendo cómo la diva/Abramović se abandona en esa habitación de París, y en el que las acomodadoras del hotel, que recogen los restos de la estrella y hacen desaparecer el caos final de su vida, son los propios personajes a quienes a dado vida.

La propuesta convenció a un público que se deshacía en aplausos más por Marina Abramović que por la propuesta. Con un buen planteamiento, estéticamente muy atractiva y un regalo para el visionado de momentos operísticos notables, el Liceu no defraudó con esta propuesta. Las apuestas por hacer del teatro un centro de encuentro entre artes no cesa; incluyendo propuestas como esta, que son una carta de amor a Maria Callas y a la ópera en sí.

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