Hay una cierta aura para los ganadores de los concursos pianísticos, una mística de la epifanía del intérprete por encima del resto en una lucha entre los mejores. También hay algo anacrónico en este tipo de certámenes, sobre todo cuando por otro lado se quiere eliminar cierta imagen de elitismo y conservadurismo del ámbito de la música clásica. En todo caso, hay concursos que quien los gana los tiene que cargar por un tiempo y exhibir en el currículum casi como un certificado de calidad. El Concurso Internacional Tchaikovski es uno de esos: te proyecta al Olimpo del piano romántico en caso de ganarlo como tal como lo hizo el joven Alexandre Kantorow en 2019.

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Alexander Kantorow
© Fermín Rodríguez | Festival Internacional de Música y Danza de Granada

El programa que el pianista francés traía a su cita en el Patio de los Arrayanes emana de ese tipo de repertorio, aunque no solo, al presentarnos la Rapsodia, op. 1, de Bartók, obra poco programada y que tiene ciertamente aún ecos tardorrománticos si bien con hibridaciones populares magiares. Es una obra de gran variedad de temas y contrastes, que permite lucirse al intérprete, y Kantorow aprovechó esas características para ofrecer lo que, a la postre, sería la pieza más lograda de la velada. Dejó entrever desde el principio su calidad técnica, su implicación para con la obra, incluso desde un punto de vista gestual, con gran agilidad en la digitación y cohesión de la escritura, pero sin abandonar un cierto gusto juguetón en aquellos pasajes más germinalmente audaces. Pero Kantorow nunca perdió el control, asegurándose que las notas suenen limpias e incluso cuando asestó intensos acordes con la mano izquierda se cercioró, preparando la caída del brazo, que no hubiera sorpresas. Y en el fondo, puede que este exceso de control sea su problema.

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Alexander Kantorow
© Fermín Rodríguez | Festival Internacional de Música y Danza de Granada

Si en Bartók, la variopinta frescura del material lo llevaba a no recrearse demasiado, en Listz y en Rachmaninov, no ocurrió lo mismo. Aunque las obras de ambos autores requieren evidentemente un nivel técnico de un virtuosismo sin par, también contienen buenas dosis de lirismo y pasajes más pausados. Ahora bien, Kantorow también posee notables cualidades en este contexto, sin embargo lo que falló en obras como en el Estudio trascendental, núm. 12, "Chasse Neige" o en el primer tiempo de la Sonata de Rachmaninov es probablemente la dialéctica entre los pasajes más pirotécnicos y los más pausados. Kantorow es un virtuoso y en tal sentido no se le puede reprochar nada, pero donde se nota la diferencia es en lo que no es ni fortissimo ni pianissimo, ni rápido ni lento, en las voces intermedias y en la capacidad para transitar entre estados de ánimo. Dio una cierta sensación de encarar las frases de manera demasiado compacta, sin conseguir cambiar de expresión en el arco de un compás, como los grandes maestros son capaces de hacer. En suma, Kantorow pareció ensimismado, algo absorto, perdiendo la distancia que es necesaria tener para un resultado óptimo. Un gesto más consciente se tuvo justamente en el Lento central de la Sonata de Rachmaninov, donde delineó el movimiento con equilibrio, más matices y creatividad a la hora de la reproposición de los núcleos temáticos.

No es esta una crítica a la totalidad, ni mucho menos; al contrario, valga esta conclusión para volver a declarar la admiración por las cualidades, especialmente técnicas y de pulcritud, de este astro naciente del pianismo. Tal vez lo que haga falta sea tiempo para borrar esa impronta del mundo de los concursos y poder inyectar su personalidad en la infinitud de matices que abundan en las obras de un repertorio tan fértil y envolvente.

El Festival de Granada se hace cargo del alojamiento en la ciudad para Leonardo Mattana.

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