Parafraseando al musicólogo e intelectual italiano Massimo Mila, si Janáček hubiera sido francés o alemán hoy sería tan conocido como Ravel o Strauss. El moravo tampoco corrió la suerte de Bartók, sin embargo, como ellos, fue capaz de crear una sonoridad particular para retratar también conductas universales como las que producen los celos, comportamientos terribles como la incesante e indeseable violencia de género y el asesinato o la necesidad de superar la adversidad y agarrarse a lo que sea para seguir viviendo en paz con uno mismo.

Katie Mitchell sitúa la historia de Jenůfa en una fábrica de harina
© Miguel Lorenzo y Mikel Ponte | Les Arts

Este es el caso de Jenůfa, ópera en la que Janáček construyó el entramado musical y literario a partir del estudio de la fonética del checo y del folclore moravo. Del habla captó y anotó hasta la más mínima inflexión melódica, pero no conforme con extraer su esencia sonora, quiso reflejar en la música su cualidad anímica. Gustavo Gimeno, en lo que me pareció un hallazgo, entiende lo que de novedoso tuvo este planteamiento y en su versión ahonda en la expresividad de la rica orquestación, soslayando un tanto el elemento popular. La orquesta se lució en los breves interludios y entre el conjunto destacaría al excelente concertino, la flamante y colorista sección de percusión (Gimeno fue percusionista antes de director), la trompeta piccolo, la calidad de los clarinetes en los pasajes disonantes, la de las trompas con el bouché, los compactos y desoladores chelos del segundo acto, el sutil subrayado de la bendición de la abuela y el luminoso epílogo. Otros elementos interesantes fueron los ostinatos rítmicos, convertidos la mayor parte de las veces en fuente de tensión y nervio, y otras en componentes descriptivos: mecanismo del molino (aquí fábrica de harinas) o sangre que brota a borbotones de la herida que Laca le produce a la protagonista. La aparición del coro de soldados, incorporando paulatinamente su timbre al de la orquesta desde el interior del escenario, también me pareció acertada.

Petra Lang (Kostelnička) y Corinne Winters (Jenůfa)
© Miguel Lorenzo y Mikel Ponce | Les Arts

El elenco resultó irregular. Es verdad que en la primera parte tuvo que superar la descontrolada intensidad de la orquesta y que la escenografía estaba formada por una serie de cajones que pudieron obstaculizar la proyección de la voz en algún momento (el movimiento de grupo sí quedó encerrado), pero aun así hubo voces que resultaron escasas. Es el caso del tenor Norman Reinhardt, cuyo sonido no traspasó la boca del escenario en muchas ocasiones. En contrapartida, el segundo tenor, Brandon Jovanovich, lució un timbre bonito, sonido redondo y bien proyectado. Aprovechó su caudal para imponerse dramáticamente en la desequilibrada relación que se establece entre el joven celoso y la mujer indefensa a la que dice amar “desde que era un niño”, convertida ya en su víctima. Jenůfa fue Corinne Winters, una soprano lírica de sonido dúctil y bien timbrado, sugerente tanto en las partes declamadas como en el canto, a veces, melismático, concebido por Janáček a medio camino entre lo folclórico y la coloratura. El debut de Petra Lang como Kostelnička fue desconcertante. En su primera aparición estuvo desdibujada en todos los ámbitos, pero superó la vicisitud y acabó con una actuación convincente y dramática en el canto, aunque con tirantez en los agudos. Cosechó calurosos aplausos. Elena Zaremba fue una hermosa abuela y, entre los comprimarios, Laura Orueta destacó en el canto silábico de su parte, Quiteria Muñoz mostró desparpajo como jefa del coro de muchachas y estuvieron bien Larisa Stefan, Scott Wilde, Amparo Navarro y el resto de breves intervenciones.

Petra Lang (Kostelnička), Brandon Jovanovich (Laca Klemeň), Corinne Winters (Jenůfa)
© Miguel Lorenzo y Mikel Ponce | Les Arts

Katie Mitchell, como directora de escena, lleva al hiperrealismo estético lo que sobre el papel es una traslación perfecta del drama naturalista de finales del siglo XIX, más conocido en la ópera como verismo. Aquello que en el libreto es rural y tradicional se convierte en actual, industrial y urbano, pero no por ello se pierde su crudo cariz, ni mejoran las condiciones de los protagonistas. En particular las de la mujer, cuyo lugar en la sociedad es impuesto y asumido: “Eres lista como un hombre”, le espeta la abuela a Jenůfa nada más empezar. Y es que la dramaturgia ahonda más en la psicología femenina que en la masculina, resultando esta un tanto estereotipada. El movimiento actoral fue preciso y fiel al libreto. El gesto ayudó a recalcar aspectos como el estado de Jenůfa o los sentimientos de Laca, en una escenografía cuya paleta cromática complementa la del vestuario, bien diseñado, y viceversa.

La producción provenía de De Nationale Opera de Ámsterdam, teatro del que Jesús Iglesias Noriega fue director artístico antes de recalar en València. Con ella, una vez más, salda otra cuenta pendiente de Les Arts con los títulos imprescindibles que no alcanzan el “top ten” de más representados de las estadísticas.

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