En el séptimo programa de la temporada 2023 de la OFUNAM se presentaron dos obras de gran formato: el Concierto para piano en sol mayor de Maurice Ravel y una versión aumentada de la Sinfonía núm. 1 de Mahler. El propio Ravel dijo de su concierto que aspiraba a una tradición clásica de escritura de conciertos (en la línea de Mozart y Saint-Saëns) en la que la música debía ser "ligera y brillante, sin buscar profundidad ni efectos dramáticos". Como tal, ofrece un interesante contraste con la profundidad de las sinfonías de Mahler, quien dijo: "La sinfonía debe ser como el mundo. Debe abarcarlo todo".
La pianista española Judith Jáuregui abordó con maestría el concierto de Ravel, resaltando las melodías sencillas y desenfadadas. El director invitado Enrique Diemecke, al frente de la Orquesta de la UNAM, entresacó las texturas camerísticas que fueron manejadas muy bien por el conjunto, brillando especialmente el arpista en el primer movimiento. El solo de piano al comienzo del segundo movimiento fue tocado con el rubato adecuado, transmitiendo un patetismo que impregnó el resto del movimiento hasta el final, un niente magistralmente ejecutado. El enérgico movimiento final se desenvolvió con la misma atención al detalle que los dos anteriores, destacaron los rápidos motivos que pasaban por la orquesta insinuando las influencias del jazz en la obra. Jáuregui recibió una calurosa ovación.
Tras un breve intermedio, Enrique Diemecke tomó el micrófono para explicar al público que había decidido incluir Blumine –el segundo movimiento de la versión original de la Primera sinfonía de Mahler, posteriormente extirpado– porque contenía material valioso que no debería haber sido excluido. Aprovechó para comentar que Mahler era su compositor más admirado y procedió a dirigir la grandiosa obra sin partitura.
El unísono en la con el que comienza la sinfonía siguió fielmente las instrucciones de la partitura de Mahler ("este la más bajo, aunque pianissimo, debe tocarse muy claramente), y a lo largo del resto del movimiento, la articulación unificada, las dinámicas contrastadas, la mezcla orquestal bien gestionada y los tempi adecuadamente elegidos revelaron que Diemecke realmente conoce esta música en detalle. El Blumine fue una adición bienvenida, insinuando temas que aparecerían en las sinfonías posteriores de Mahler. La percusión brilló en los dos movimientos siguientes, acentuando los ritmos klezmer. Aunque el contrabajo solista desafinó ligeramente en el solo que abre la Trauermarsch, ello no restó melancolía al resto del movimiento.
El último movimiento es posiblemente el más complicado, con partes de percusión muy activas, líneas virtuosísticas para todos los grupos de instrumentos, fanfarrias jubilosas para los metales y una peroración tutti fortississimo para cerrar la sinfonía. Los percusionistas tocaron con la energía necesaria para transmitir la excitación eléctrica de este movimiento, y las extensas instrucciones de la partitura de Mahler (por ejemplo, la instrucción de que toda la sección de trompa se pusiera en pie al final) se siguieron cuidadosamente. Hubo algunos momentos de desunión, y algunos contrastes dinámicos no se registraron con la misma energía que en los movimientos anteriores, pero en general la interpretación se mantuvo a un nivel muy alto, con una merecida ovación al final. Diemecke conoce muy bien la obra de Mahler, y quedó claro que sus interpretaciones de este son meticulosas, idiomáticas, y apasionadas.