A pesar de su nombre, el Ballet Nacional de España (BNE) custodia un estilo único de danza escénica, profundamente español y muy estilizado. Está arraigado en las danzas españolas tradicionales (entre ellas, el flamenco), y son el ballet y la virtuosa escuela bolera las que le confieren su refinación escénica. El repertorio de la compañía combina cada temporada obras legendarias del siglo XX con nuevas coreografías. La última, recién estrenada en el Teatro Real, es una pieza de un intenso impacto teatral creada por el coreógrafo y director artístico Marcos Morau.

La obra se inspira en dos libros de fotografía sobre bailaores flamencos contemporáneos del artista visual Ruvén Afanador: Ángel Gitano, The Men of Flamenco (2014) y Mil besos, 1000 Kisses (2009), de mujeres en el flamenco. Ambas monografías comparten una visión similar de Andalucía, a veces surrealista, a veces trágica, de apariencias glamurosas y profunda en sus raíces gitanas e influencia religiosa. Las fotografías son en poderoso blanco y negro. Morau ha trasladado muy satisfactoriamente estas cualidades a su coreografía, que también utiliza el blanco y el negro para el diseño de la escena (Max Glaenzel) y el vestuario (Silvia Delagneau), y que está llena de referencias visuales, sonoras y cinéticas a Andalucía.
La coreografía actualiza el vocabulario dancístico español con el estilo personal de Morau. La ejecución de movimientos es limpia, dinámica y asertiva. En ocasiones se vuelve un poco espasmódica y está hecha a través de patrones repetitivos. La ocupación del espacio escénico tiende al estatismo; una vez que los cuerpos danzantes evolucionan de una formación de grupo a la siguiente, retienen su ubicación de forma prolongada. Con este despliegue espacial, la belleza del cuerpo danzante que se mueve en sintonía grupal, emerge poderosamente. Además, la coreografía es rica en imaginería evocativa que explota los movimientos característicos de la danza española (taconeo, torsos marcados y brazos ondulantes) para exponer los rasgos del alma y las tradiciones españolas.
La música que acompaña a esta coreografía (a cargo de Juan Cristóbal Saavadra) está también plagada de referencias evocadoras. La base es electrónica, con percusión enfática a lo largo de toda la pieza. Se escuchan referencias religiosas en campanas, tambores procesionales y saetas. Voces y guitarras flamencas están muy presentes tanto en el sonido pre-grabado como en las actuaciones en vivo.
En una obra inspirada por la fotografía y creada por un coreógrafo con formación también en fotografía, el componente visual es impactante. A las imágenes que surgen directamente de las instantáneas de Afanador, y que en el escenario conservan el mismo poder fascinador que en las páginas, Morau añade imágenes de su propio universo artístico. El público familiarizado con su obra reconocerá sus proyecciones de dibujos dinámicos, que en esta ocasión se basan y expanden las imágenes originales de Afanador. La iluminación (de Bernat Jansà) es también un elemento clave de la obra. Llena el escenario con un blanco brillante que contrarresta el negro dominante del vestuario.
El efecto general de esta mezcla teatral es potente. Está envuelta en una dramaturgia sutil que elude tanto un hilo narrativo como la típica sucesión de números de los espectáculos de flamenco. Es más bien una cadena de motivos metafóricos que alterna imágenes surrealistas con clichés bien conocidos sobre España y con referencias a sus tradiciones más arraigadas. Este simbolismo dominante y esquivo es quizás el punto más interesante de la obra, ya que confiere a la muy atractiva superficie un alma compleja y enigmática.
En el estreno, los bailarines del BNE interpretaron Afanador con su habitual virtuosismo y compromiso. El actual director artístico de la compañía, Rubén Olmo, bailó el último solo de la obra. En ese momento del espectáculo, el escenario está iluminado tenuemente. Olmo aparece a través de un enorme baúl situado al fondo del escenario. Su entrada, con el torso desnudo y un gran mantón que mueve como si fueran alas, recuerda a la aparición de un ave fénix resurgiendo de sus cenizas. Es una de las últimas bellas metáforas de la obra, que yo interpreté como una alusión a la renovación que esta obra representa para la danza española. Desafiando el estancamiento, es posible regenerarla con nuevos lenguajes.

