Nicholas Collon dirigió la Orquestra Simfònica de Barcelona en un repertorio inspirado en la variedad de patrones rítmicos y formas. Aparentemente sin ningún tipo de conexión entre las obras, la semejanza se halló en las posibilidades cromáticas de sus líneas y en una disposición orquestal que hizo resaltar las inquietudes y aspiraciones internas de cada una.
Dreydl de Olga Neuwirth abrió el programa; una pieza que abraza los efectos tanto instrumentales como electrónicos para crear una sonoridad entre lo efusivo y lo dramático. Collon atiende a la preocupación del paso del tiempo de Neuwirth en un único movimiento, donde la orquesta funciona con patrones repetitivos. La brillantez de las cuerdas y los metales y la reiteración de lo percusivo hicieron de la pieza una entrada a otro lugar, en el que la música arroya a uno cíclicamente, subrayando ese aspecto circular del tiempo que guarda los fragmentos.
En el Concierto para viola de William Walton imperó la vitalidad del tiempo sobre la reincidencia de Neuwirth. Con introducción pletórica, arrancaba un melodismo poético llevado por las dobles secciones de instrumentos durante toda la obra. Es bien sabido la buena sonoridad de esta orquesta, quienes consiguen texturas y entramados bien definidos y profusos. Con ello, Antoine Tamestit, solista en la viola, se le vio cómodo con la calidad del foso; destacaron la solidez, el dinamismo y una ejecución técnica muy desenvuelta, acompañado todo por la fluidez del conjunto, donde Collon prefirió no insistir en los detalles y fluir. En un inicio lento en el Andante comodo, presidido por la melancolía del oboe y la viola, se remarcaron las curvaturas entre cuerdas y vientos especialmente, donde los temas fluctuaban de registros. La dinámica cambió con la llegada de las variaciones rítmicas, más rápidas y entonadas por el propio motivo de la viola en el Scherzo y Trio, donde se volvió a dar muestra de la buena salud orquestal llevada por una postura fugal. La sintetización de tonalidades y dinámicas de todas las secciones se dio en el más largo y último de los movimientos, Finale - Allegro moderato; además de cumbre para cualquier viola, la variedad de determinaciones transitaban de la vivacidad de los vientos al ritmo danzarín de las maderas, contratema central que recuperaba el instrumento solista para el cierre.
El lucimiento final de la orquesta se dio en la Primera de Sibelius, un hacer provenido de los pizzicatos hasta los oleajes sonoros de todo el conjunto. Con una conducción romántica y serena, Collon unificó los caracteres de cada movimiento, siendo la expresividad el tema más relevante de todo el discurso. El Andante ma non troppo inició un ejercicio orgánico entre las tesituras de los vientos, cuerdas y percusión que se proyectó en el resto de la obra, resaltando un lenguaje melancólico presentado por el solo de clarinete. Desde el desarrollo principal del Andante hasta el Scherzo allegro, cabe resaltar el protagonismo de los cambios rítmicos, dado por las secciones centrales, de cuerdas y vientos de madera. La fragmentación y las recapitulaciones fueron resueltas en fracciones rápidas dando lugar al alcance de un clímax vibrante; no hubo pluralidad de intenciones en la dirección de una orquesta en la que la máxima fue, perceptivamente, el alza de la expresión del sonido logrado por la atención a los contrapuntos y los cambios de dinámicas. Collon supo sintetizar, con una conducción reflexiva y casi abstracta, la explosividad de algunos pasajes con el lastro de cierta murria que la propia partitura posee.