Hace justo tres años que Sir Mark Elder debutaba como director invitado de la Orquestra de la Comunitat Valenciana. En los atriles, Vida de héroe y Sinfonía de los salmos. Huelga decir que aquella incipiente relación ha ido madurando con su presencia constante en los conciertos sinfónicos y la confianza con los músicos, es evidente, también ha ido a más. La Cuarta sinfonía de Shostakóvich que hicieron juntos el curso pasado es uno de los hitos artísticos de Les Arts. En enero fue anunciado como director musical para las cuatro próximas temporadas en sustitución de James Gaffigan. Este concierto sirvió de presentación oficial. Para la ocasión, propuso un programa tan contrastante como complementario, que quizás deba tomarse como reflejo de un plausible plan director o, al menos, como horizonte artístico, en términos bastante menos burocráticos.
La Segunda sinfonía de Beethoven es una página —para lo que él era— optimista. Fue compuesta poco antes de que redactara el famoso Testamento de Heiligenstadt en octubre de 1802. Conocido tras el fallecimiento del compositor, este documento apuntaba al suicidio como solución a la desesperación que sentía a causa de su mala salud. La interpretación de Elder, que no necesitó batuta, sino ligeros movimientos de hombros y cabeza para que la orquesta lo siguiera sin oponer resistencia, evidenció un claro afán de autoafirmación. “Aquí estoy yo”, pareció decir el director en consonancia con el mensaje lanzado por el compositor en el exultante final de primer movimiento. Hasta entonces, las maderas habían sonado tan densas y firmes como suculentas. La cuerda lo hizo con energía y redondeando cada final de frase al ser incitada por el director con un leve aleteo del brazo izquierdo o de los dos. En el segundo movimiento las líneas internas cobraron vida y el fagot propició un encantador cambio de color. A la minuciosidad del Scherzo le siguió el exquisito equilibrio formal del Allegro. Cada vuelta al ritornello se percibió con rotunda claridad.