Posiblemente haya alguien leyendo estas líneas que haya experimentado el viaje mágico de hacer el Camino de Santiago. Los que lo hayan hecho, entenderán en su totalidad la significación de esta obra. Más que por lo religioso, por lo indiscutiblemente espiritual. Al igual que el conjunto de rutas peregrinas, Jordi Savall debería ser también Patrimonio Mundial. El maestro de Igualada consigue lo que muy pocas personas logran, pues no solamente se dan de la mano el virtuosismo, la inteligencia y la sensibilidad, sino que haga lo que haga, sus interpretaciones son únicas.
El Llibre vermell de Montserrat constituye un compendio de cánticos y danzas medievales correspondientes al Ars nova, destinados al entretenimiento de los peregrinos llegados a la abadía benedictina catalana: uno de los centros más importantes de peregrinación del siglo XIV. Entre canciones marianas y bailes circulares compuestas en catalán, latín y occitano, el espíritu originario de las diez piezas musicales dedicadas a la Moreneta se manifiestan de nuevo en una versión más radiante y pulida, si puede ser. La Capella Reial de Catalunya y Hespèrion XXI volvieron a mostrar dominio y conocimiento de estas partituras en una exhibición de timbres, texturas y matices que sólo hace que reafirmar un trabajo de excelencia.
Acompañados de la pulcritud de las manos de Savall, quien dirige e interpreta a partes iguales, la calidad interpretativa de la coral fue capitaneada por el trabajo de Lluís Vilamajó, otro de los grandes logros interpretativos. Acompañados de arpa, rabec, viola da gamba, cornamusa o rebabe entre otros, la sonoridad de los cantos monódicos y polifónicos se distribuyeron por los muros de la basílica, que acomodaban el imaginario acústico medieval. Pese a que la ubicación en la nave lateral del recinto no fomentaba precisamente la amplificación de todos los detalles y matices, se podían disfrutar si se estaba relativamente cerca.
La antífona O Virgo splendens introducida por el coro, desde el deambulatorio hasta el escenario, dio el inicio al cançoner montserratí con una puesta en escena que ya proclamaba el espíritu musical del códice. Con todas las posibilidades sugeridas por los instrumentos, en Stella spledens la instrumentación de Savall y del resto de músicos dialogó con el canon a dos voces con series de repeticiones del tema atávico. Landemus Virginem fue otra muestra del canon a tres voces; destacando también que, entre piezas, se daban los interludios improvisados de los diferentes instrumentos. Avanzando por Los set gotxs, Splendens ceptigera y Polorum regina, en Cuncti simus concanentes se dio una de las sonoridades más brillantes; el juego interpretativo entre la instrumentación y la alteridad rítmica, entre la línea danzarina y el balanceo del contrapunto. En Mariam, matrem Virginem y Imperayritz de la ciutat joyosa se celebró la polifonía de estos dos virolais, el primero destacando un canon a tres voces y la complejidad de los ritmos por el coro femenino siguiendo los pilares melódicos, mientras que el motete último combinaba dos textos superpuestos en líneas musicales compartidas. Con Ad mortem festinamus llegó el final del recorrido en forma de danza de la muerte, la más antigua preservada musicalmente, que constituyó un cierre rítmico en temáticas, rescatando en forma epistolar el pasaje gregoriano del inicio con una marcha coral de nuevo hacia el deambulatorio de la basílica.
Una reconstrucción que engrandece una vez más, de forma única y más acabada que sólo Jordi Savall puede hacer, las obras más emblemáticas de un repertorio que por suerte empieza a resurgir. A quien se esté pensando hacer la peregrinación, hacedlo. No dudéis. Y haceros otro favor; entre viaje y reposo, escuchad y disfrutad esta obra. Buen camino, oyentes.