Un acierto, qué duda cabe, de la Orquesta Nacional el llamar al concierto de Valentina Lisitsa "Sobredosis de Rachmaninov", y mayor acierto aún el haberlo programado en el marco de su temporada "Locuras". Y es que la pianista ucraniana se ha presentado en el Auditorio Nacional para interpretar los cuatro conciertos para piano de Rachmaninov y la Rapsodia sobre un tema de Paganini. Bien saben los pianistas qué dificultades tienen que afrontar cuando trabajan la obra de Rachmaninov; de ahí la locura, pero qué feliz locura la de poder presenciar en una sola velada toda la obra para piano y orquesta del compositor ruso, máxime cuando además se presenta la oportunidad de escuchar en vivo los conciertos primero y cuarto, tradicionalmente ensombrecidos por los otros dos.
Si bien el atractivo del programa es un reclamo más que suficiente, es obligatorio destacar que también lo es la solista, y no solo por su reconocida laboriosidad (en una reciente entrevista ha afirmado que practica alrededor de 14 horas al día, y que le parecen pocas), sino además por ser un fenómeno de masas. Si uno visita su canal de Youtube verá que registra más de trescientos mil suscriptores y que sus videos suman más de ciento treinta millones de reproducciones.
Resulta evidente que esta intensa práctica se puso de manifiesto en cuanto sus manos arrancaron los primeros acordes del Concierto núm. 1, con férrea seguridad, sonido poderoso y velocidad elevada. No obstante, su interpretación se resintió de algunos desajustes en el tempo que propiciaron momentos de descoordinación con la orquesta. La pianista ucraniana se mostró implacable durante toda la primera parte con respecto a su propia jerarquía, y poco quedó de la comunicación y del diálogo que le es idiosincrásico al concierto como forma musical. En todo caso, hay que valorar, por un lado, la extraordinaria magnitud de su sonido, potente, enérgico y bien proyectado; y por otro, el evidente dominio de una dinámica que se balancea entre el fortísimo más sobrecogedor y el pianísimo más delicado.
El primer descanso nos devolvió a una pianista renovada y más dispuesta al diálogo en el Cuarto concierto y en la Rapsodia sobre un tema de Paganini. Ambas propiciaron los momentos más intensos de la velada, por un lado, en el tratamiento sombríamente inquietante del segundo movimiento del concierto, y por otro en el tratamiento frenético pero equilibrado de los pasajes más brillantes, irónicos y humorísticos de la Rapsodia. Aquí, el diálogo con la orquesta resultó adecuado y el ataque comedido, con mayor lucimiento de los pasajes vivos, que se favorecieron de un uso más cauteloso del pedal y de una articulación más eficaz. No hubo rastro en la Rapsodia de la superficialidad que en otras ocasiones se le ha atribuido a Lisitsa, que dio la sensación de encontrarse más cómoda en esta obra de carácter más extrovertido y nervioso.