La Orquesta Sinfónica de Castilla y León acabó su temporada oficial de manera brillante, a pesar de la cancelación (por problemas de salud) de la muy esperada y admirada Hilary Hahn; lo que supuso también un cambio en el programa. Esta situación, tras la relativa decepción inicial, acabó resolviéndose admirablemente, gracias a la actuación de otra gran violinista.
El Concierto para violín y orquesta en re mayor, op. 61, de Ludwig van Beethoven es una obra icónica. De una belleza y un lirismo excepcional, requiere un músico que, teniendo una técnica sólida, vaya más allá de banas demostraciones de virtuosismo. Alina Ibragimova es una instrumentista de técnica impecable, algo que demostró a través de la obra y especialmente en las cadenzas; sobre todo en la muy extensa del primer movimiento, donde compartió protagonismo con el timbal. Pero, aún más impactante fueron su capacidad expresiva, su variedad sonora, y su empatía para comunicarse e integrarse con la orquesta, llegando incluso a tocar en alguno de los tutti. El excelente director titular de la OSCyL, Thierry Fischer, volvió a demostrar su capacidad para clarificar los entramados polifónicos y controlar los planos sonoros. Su fraseo y su organización estructural fueron convincentes (no obstante, algunas frases resultaron un punto apresuradas), y su técnica de batuta flexible y efectiva. Fue una versión en la que destacaron especialmente las cualidades rítmicas y luminosas de la obra; quizás sin buscar excesivos dramas, pero sin que faltaran momentos sombríos, especialmente en el primer movimiento. Los tempi fueron fluidos, algo claramente notorio en el segundo, y en un tercero lleno de energía y vitalidad, si bien próximo a desbordarse en algunos momentos. En conjunto, una recreación interesantísima y muy disfrutable.
La segunda parte, dedicada a la música española, comenzó con una preciosa versión del Intermezzo de Goyescas, de Enrique Granados. Director y orquesta expusieron la obra con capacidad para el canto y notorios recursos sonoros. Para cerrar el programa, y como colofón de la temporada, un vibrante Amor brujo, de Manuel de Falla (versión de 1925), que contó con la presencia estelar de la cantaora María Toledo. Las interpretaciones con cantaoras parecen ser ya la norma, algo plenamente justificado dadas las características de la obra. ¿Sería preferible una cantante lírica? Al final, siempre dependerá de lo que la artista pueda aportar. En esta ocasión, resultó ser un triunfo total de María Toledo, que deslumbró por su expresividad y capacidad de comunicación. La cantaora incluyó algunos adornos propios, realizados con muy buen gusto y adecuación; todo esto aderezado con gestos de danza y con una presencia escénica imponente. Utilizó micrófono con ligera amplificación, bien realizada, y que se integró perfectamente en el entramado orquestal. En los números sin voz, la OSCyL volvió a demostrar su excelente nivel actual, y Fischer se mostró inspirado. Como ejemplo, la espléndidamente matizada “Danza del fuego”, que tuvo un final volcánico; o la muy expresiva y sensual “Pantomima”, que contó con magníficos solos.
De esta manera, alegre y festiva, terminó brillantemente la temporada de la orquesta. Estamos ya deseosos de disfrutar de la temporada 24-25, que ofrecerá conciertos de mucho interés.