Shakespeare le quitó la posibilidad del sueño a Macbeth. Por sus acciones, contra todo aquel que se interpusiese entre él y el poder, movido por la codicia, la locura y la culpabilidad al mismo tiempo. Sleep no more. No dormirás más. Una sentencia que castiga y alecciona del peligro de los actos desmedidos. Con esta advertencia, reflexión capital de la obra y presentada con letras gigantes móviles en el lateral del escenario, se abría un telón que dejaba claro el punto neurálgico de este Macbeth. El Liceu depositó plenamente las riendas de esta producción al escultor Jaume Plensa, de renombre internacional, cumpliendo así su sueño de crear un Macbeth en escena. La vertiente principal de todo el proyecto sería la de mostrar la disyuntiva interna del personaje, sus relaciones, sus deseos y sus miedos consigo mismo, haciendo de su vorágine autodestructiva un gran espejo en el que se muestren las insignias más primitivas de lo humano.

© David Ruano | Gran Teatre del Liceu

El planteamiento escénico, pese a ser estéticamente atractivo y coloso, se escapa de lo dramatúrgico y queda desvinculado del espíritu shakespereano/verdiano. No faltan las ideas, tales como la de integrar todo el imaginario de Plensa: su icónico abecedario impreso en el vestuario, cabezas colosales que remontan a los fantasmas pasados o frases escultóricas que abren la escena con Sleep no more y la cierran con Enough or too much (relativo al mundo visual del escultor). Pero quedan huérfanas y desprovistas de significación para la obra. La escenificación es la incursión escultórica en escena, dejando un proscenio vacío (a excepción de las piezas escultóricas y conceptos abstractos que sobrevolaban) para potenciar la soledad y la complejidad interna de los personajes. Una obra de muchísimo matiz en poco texto, en el que la envergadura representativa de Macbeth recayó plenamente en la interpretación del reparto.

Ekaterina Semenchuk (Lady Macbeth)
© David Ruano | Gran Teatre del Liceu

El protagonismo y la responsabilidad de éste, y el foso orquestal, en la carrera de defender la obra no estuvo exento de algunas dificultades. Los intérpretes se vieron en algunas ocasiones en una tesitura complicada; bien por lo desprovisto escénico en donde no existían apoyos acústicos, bien por algunas limitaciones interpretativas. Željko Lučić como Macbeth mostró un forcejeo en la voz y una defensa del personaje en un plano rugoso. El barítono serbio no acabó de defenderse bien, pero contó con la mezzo Ekaterina Semenchuk que completaba el tándem, reviviendo una Lady Macbeth que se sentía más segura en los agudos para mezzo que para soprano dramática, con una buena proyección. A Banquo le dio vida Erwin Schrott, mostrando solidez y contundencia. A pesar de sus pocas escenas, fue el que más resaltó en cuanto a interpretación y resolución, junto con un Celso Albelo como Macduff; limpio, potente y estimulante en sus líneas.

Los acentos de cada personaje fueron pulidos por una orquesta que dio mucho más de sí. Josep Pons presentó una lectura seria y rotunda, quizás con algunas líneas exaltadas de más, opacando las voces en algunos momentos, pero con un resultado que logró subrayar los climas más dramáticos y casi de terror. Con acordes punzantes y conclusiones rápidas equilibradas con las líneas más melódicas y expansivas, Pons esculpió la trama interna de los personajes a base pasajes fúnebres, cambios cromáticos y efectismo armónico, recreando la ambigüedad de los estados emocionales en los que también fueron muy protagonistas los silencios atmosféricos. La orquesta completa acabó por asumir no sólo la volubilidad interpretativa de la obra, sino la obra en sí. Cabe destacar por encima de todo la entrega de los componentes del foso orquestal y su conducción, para ellos fueron la mayoría de los vítores de la función.

Željko Lučić (Macbeth) rodeado por los bailarines
© David Ruano | Gran Teatre del Liceu

El coro sufrió también el vacío escénico, con una disposición que no ayudaba a la integración como otro personaje fundamental más, el de las brujas; un papel desdoblado en voz y baile, en el que el conjunto coreografiado de Antonio Ruz, bien curtido, reanimó el ambiente a base de acrobacias y danzas rítmicas que poco más aportaron al sabbat de las brujas.

A telón bajado, la producción, pese a tener algunas deficiencias ciertamente claras, provocó entusiasmo y aceptación general entre los abonados. La resolución conceptual acabó basándose en un Macbeth profusamente hierático, con correlaciones entre artista-personaje poco nítidas aunque de planteamiento bien intencionado, con un tramado complejo a medio desvelar pero, finalmente, efectista en cuanto a comodidad estética. El Liceu apostó por una nueva mirada hacia la ópera a través de su máxima de hacer de la institución un centro de acogida de artistas plásticos, haciendo dialogar a las artes con las artes, creando nuevos vínculos para nutrir la narratividad de futuras producciones operísticas. De momento, Plensa ya ha logrado crear su Macbeth.

**111