Se percibía un ambiente de máxima expectación en el Palacio de la Ópera coruñés ante el retorno de Nikolai Demidenko y el debut con la orquesta del director holandés Otto Tausk. Ambos dieron vida a un cohesionado y ameno programa que se centró de forma monográfica en la música húngara de los siglos XIX y XX.
La velada se iniciaba con la feliz presentación de una infrecuente pieza de Ernö Dohnányi: la Suite Minutos Sinfónicos op.36. Su exuberante orquestación y su carácter folklórico encajaron a la perfección con la dirección enérgica y precisa de Tausk y con el brillo que la Sinfónica despliega en este tipo de repertorios. El Scherzo y el perpetuum mobile que conforma el Rondo final ejemplificaron a la perfección el característico énfasis rítmico de la música húngara. Éste fue solventado y realzado por una magnífica percusión, siempre a tiempo y controlando con acierto las dinámicas. No menos típico de la música húngara resulta el carácter rapsódico y lánguido de sus melodías. Así, el sugerente solo del corno inglés en la Rapsodia fue otra de las gratas sorpresas que estos breves pero intensos Minutos sinfónicos nos ofrecieron.
A continuación llegó el momento más esperado de la noche. La impresión que Nikolai Demidenko había dejado la temporada pasada con su hercúlea interpretación del Segundo Concierto de Prokofiev todavía se percibía en el público. El Concierto nº 2 en La mayor de Listz fue el nuevo caballo de batalla con el que el pianista ruso-británico deslumbró a propios y extraños en una interpretación de altísimo voltaje en la que dejó bien claro por qué es uno de los más grandes de la actualidad. Coexisten hoy en día un número notable de virtuosos del teclado, pero entre todos ellos Demidenko sobresale por su capacidad para fundirse con su instrumento y extraer del piano la más amplia gama de colores, sonidos y texturas. Sus interpretaciones son apasionadas hasta el punto de que no hay ni una sola nota o acorde que no emocione. Tal vez esta sea la razón de que, entre los dos conciertos para piano de Liszt, sólo incluya en su repertorio el Segundo, más infrecuente pero con una mayor sustancia musical que el pirotécnico Primero. Su colorista interpretación arrastró a la orquesta que se fusionó sutilmente con el solista en los numerosos pasajes camerísticos, pero igualmente en los poderosos tutti del Allegro animato en los que las cascadas de acordes de Demidenko tuvieron una asombrosa presencia.
Este carácter belicoso definió igualmente a la interpretación que Tausk hizo de la otra obra de Liszt presente en el programa, Los Preludios. Una interpretación contrastada, con una recreación majestuosa en la tormentosa sección central y con una gran riqueza de matices en los pasajes más pastorales, vívidamente recreados por las maderas de la Sinfónica.
Previamente, el Concierto rumano de Ligeti había igualmente establecido un interesante vínculo con la primera parte, en concreto con la obra de Dohnányi, con la que comparte su colorido folklórico y su carácter vibrante, aunque por supuesto con un lenguaje más acorde con la segunda mitad del siglo XX, especialmente en los dos últimos movimientos. La Rapsodia de Dohnányi tuvo su réplica en el Adagio ma non troppo de la obra de Ligeti, con su diálogo en eco entre las trompas y, ¡nuevamente! los melancólicos melismas del corno inglés. Continuas referencias cruzadas en un programa ejemplarmente diseñado e interpretado.