¿Qué es la música en tiempos de guerra?: ¿una respuesta patriótica?, ¿una reivindicación heroica?, ¿una denuncia que resalta la herida?, o ¿una mirada rota que intenta reconstruir un tiempo de paz? En torno a estas preguntas se articulaba el Sinfónico 4 de la Orquesta Nacional de España que contaba con el debut de Joanna Mallwitz al frente y Francesco Piemontesi como solista. Evidenciaban las notas del programa como las obras ejecutadas surgieron en contextos bélicos y de alguna u otra forma nunca pudieron ignorar dicho contexto. Es una manera de reclamar el vínculo de la creación artística con la sociedad y los acontecimientos históricos.

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Joana Mallwitz, dirección, Francesco Piemontesi, piano, junto a la Orquesta Nacional
© Rafa Martín | OCNE

Mallwitz decidió abrir el concierto con la obertura de Guerra y Paz de Prokofiev, un entremés para identificar las sonoridades que llegarían sobre todo en la segunda parte, pero también comprender la forma de dirigir de la directora alemana, con su gesto discreto, libre de efusiones, sus tiempos marcados, su máxima atención a las inflexiones de la partitura. Se sumaba Piemontesi para interpretar el Concierto núm. 5 para piano y orquesta de Beethoven, el más titánico y desafiante de la serie, y justamente este carácter de la obra no pareció entrar del todo en las cuerdas del pianista suizo. Piemontesi tiene un sonido redondeado, realmente bello, rico de sutilezas, algo que bien pudimos apreciar en un impecable segundo movimiento, pero que llevó a un Allegro inicial más bien desequilibrado, falto de mordiente y energía, con figuras poco afiladas y una tesitura tímbrica aterciopelada, con momentos de demasiado pedal. Mallwitz dirigió con esmero para mantener el vínculo entre solista y orquesta, pero en los momentos exclusivamente orquestales se vio una tendencia sin duda más vigorosa. En el Rondo conclusivo, Piemontesi mostró más arrojo y con una digitación ágil resolvió el movimiento de forma satisfactoria. Sin duda es posible deconstruir los discursos de confrontación entre solista y conjunto orquestal, orientándonos hacia planteamientos más matizados, pero lo cierto es que hay obras como este concierto beethoveniano, cuyo espíritu monumental y majestuoso difícilmente se puede esquivar.

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Joana Mallwitz al frente de la Orquesta Nacional de España
© Rafa Martín | OCNE

La segunda parte contenía dos obras cercanas en el tiempo, pero de autores radicalmente distintos como son Hindemith y Ravel. La Sinfonía Matías el pintor (reducción de la homónima ópera) es una respuesta oblicua al ascenso al poder de los nazis: refugiándose en un retablo renacentista, Hindemith construye unas escenas de gran color y dramatismo. Mallwitz brindó una lectura a la vez precisa y generosa: plasmó una cuerda bien templada, sin renunciar a las disonancias y al cromatismo de la partitura, resolviendo en un sonido pleno y definido, en el que se pudo apreciar el gran trabajo contrapuntístico del compositor alemán. Así mismo se delineó con delicadeza el segundo cuadro, la Sepultura, con sonoridades al borde de su extinción pero conscientes y siempre bien articuladas. Apoteósico el tercer movimiento, con dinámicas bien graduadas, construyendo las frases con gran agudeza e integrando tímbricamente la orquesta con sabia mesura, pero sin renunciar a la brillantez y al virtuosismo. Mallwitz prosiguió en esa senda con La Valse de Ravel, añadiendo desparpajo y un cierto desenfado con un protagonismo aun mayor por parte del viento metal y la percusión. Eso sí, sin abandonar la elegancia en el fraseo en el resto de las secciones e interpretando la obra como una danza imposible al borde del precipicio, donde las facetas contrastantes se suceden y buscan una convivencia.

Fue el broche rotundo para un programa construido inteligentemente y ejecutado con criterio y amplitud de miras, especialmente en la segunda parte, por una batuta sumamente interesante como es la de Mallwitz y una Orquesta Nacional que ha demostrado un excelente arranque de temporada.

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