El Teatro de la Zarzuela se pone de gala para recibir a Sonya Yoncheva, la soprano que ha causado sensación en París, La Scala o Salzburgo asume el reto de ajustarse a un repertorio más alejado del lirismo verdiano con el que tantas pasiones ha levantado en los escenarios más prestigiosos de todo el mundo. En esta ocasión el programa se centró exclusivamente en nuestro género lírico nacional –o eso diría Barbieri–: la zarzuela.
Si bien eché de menos algo más del repertorio de la zarzuela grande del XIX –me faltaron nombres como Bretón, Fernández Caballero, Arrieta o el mismo Barbieri–, pudimos escuchar un variado surtido de lo mejor de nuestro género nacional. Sobre todo esas romanzas líricas para soprano en las que tan bien encajó el potente chorro de voz de Yoncheva.
Arrancó con la hermosísima “Noche hermosa” de la Katiuska de Sorozábal. Su voz llenó el auditorio con cuidados ataques al agudo. Pudimos apreciar su conocimiento de las obras y del texto, apianando precisamente cuando canta eso de “lleva lejos, piano, piano...”, por ejemplo. También de Sorozábal provino otra joya de nuestro repertorio, “No corté más que una rosa”, que dio la oportunidad a la soprano de mostrar sus capacidades en un registro más grave y con unos diminuendo que suponen un reto para cualquier cantante. Con la romanza “Yo me vi en el mundo desamparada” de El juramento, de Gaztambide, Yoncheva demostró un inteligente uso del legato para construir las largas líneas melódicas que bien podrían ser propias de Bellini o Donizetti si éstos hubiesen usado los textos de Luis de Olona.
Otro párrafo merecen aquellas obras que, con igual lirismo, hacen mayor hincapié en ritmos propiamente españoles. Es el caso de la petenera de La Marchenera “Tres horas antes del día” de Moreno Torroba. Con ella se atrevió Yoncheva en dos ocasiones. Fue la segunda, como primera propina, en la que supo dominar el complejo ritmo de este cante flamenco, aunque en las dos ocasiones demostró gracia y emitió un chorro vocal en los agudos del final que causó un deleite absoluto en el público. Otro reto fue también la famosa romanza “Al pensar en dueño de mis amores” de Las hijas del Zebedeo de Chapí. Una obra popularizada internacionalmente gracias a la letona Elīna Garanča que está inspirada en el género flamenco de las “carceleras”. Su ritmo rápido y marcado suponen todo un reto para cualquiera. Más aún en el caso de artistas como Yoncheva que precisamente destaca por tratar de cantar siempre con una pronunciación muy clara. En este aspecto, dejó patente un absoluto dominio del español, quizás tenga algo que ver la ayuda que pueda recibir de su marido el director venezolano Domingo Hindoyan y de Miquel Ortega a quien durante el concierto agradeció su ayuda para trabajar unas obras en las que supo interiorizar el arte y la gracia de la española.
La Orquesta de la Comunidad de Madrid dirigida por el maestro Ortega realizó una labor envidiable no solo con un acompañamiento flexible y completamente al servicio de la voz, sino también en los cuatro episodios instrumentales que ofrecieron: los preludios de La alegría de la huerta y Los borrachos y los intermedios de Los burladores y La leyenda del beso. En todos ellos pudimos apreciar unos ritmos marcados y precisos bien controlados por el maestro Ortega que nos permitieron disfrutar especialmente de las conversaciones de pizzicati de Los burladores y Los borrachos. También vimos al director catalán marcar con esmero unos matices que permitieron diferenciar muy bien las diferentes partes de las piezas instrumentales y que fueron indispensables para el lucimiento de Yoncheva en las romanzas para voz y orquesta.
No se me olvida hablar de la única pieza "de conjunto”: el dúo “¡Vaya una tarde bonita!” de El gato montés de Penella en el que el tenor Alejandro del Cerro se vistió –de forma figurada– el traje de luces para ponerse en la piel del torero Rafael, declamando con un acento andaluz que jamás acusaría su origen cántabro. Con su potente chorro de voz supo casar muy bien con la voz de la soprano.
Fue, en definitiva, un recital para el recuerdo. Sonya Yoncheva demostró su valentía lidiando con un repertorio del que admitió varias veces su dificultad. Pero ello no le evitó disfrutar con los gorgoritos, ornamentos y gitanerías del “De España vengo” o bailar con los ritmos mestizos de Cecilia Valdés. Demostró, en definitiva, que la zarzuela no es sólo una música de gran calidad y a la altura del repertorio internacional, sino que también está hecha para disfrutar. Solo podemos esperar que su ejemplo influya en otros grandes artistas que contribuyan a seguir exportando lo mejor que tenemos: nuestro arte.