Allá por 2021, el nombre de la jovencísima violinista María Dueñas ­—que en aquel entonces tenía solo dieciocho años— empezó a sonar en los círculos melómanos con la misma potencia que su violín tras ganar el importante certamen ‘Yehudi Menuhin’, en el cual interpretó acompañada al piano el primer movimiento de la Sinfonía española de Édouard Lalo. La misma obra con la que se presentó en el Auditorio de Zaragoza. Esta vez no la acompañaba simplemente el piano, sino la Chamber Orchestra of Europe dirigida por Sir Antonio Pappano en lo que planteaba ser una gran velada.

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María Dueñas junto a Antonio Pappano y la Chamber Orchestra of Europe
© Auditorio de Zaragoza

Dueñas demostró un gran dominio y madurez sobre esta obra que le dio la fama. Entró con mucha mayor decisión que cuatro años ha en ese primer movimiento, transitando después, con absoluta maestría entre lo pesado y lo liviano en un instrumento con un amplísimo abanico de matices. En el Scherzando, demostró que se puede tener gracia al ornamentar “a la española” manteniendo una exquisita sobriedad que, sin duda, resulta más apropiada. El quinto movimiento, que surge de un tema simple, de carácter popular en el que quizás no hubiera hecho falta que Dueñas se regodeara tanto en el vibrato, y es que también debe haber espacio para la sencillez en el virtuosismo. Aún así cautivó desbordando sensualidad en el fraseo y destacando al final su asombrosa agilidad en el registro sobreagudo del instrumento.

La Chamber Orchestra of Europe acompañó en algunos momentos mejor que en otros. Al inicio, le faltó algo más de cohesión y el equilibrio sonoro no estuvo muy logrado, faltando una mayor presencia de los graves. Nada que ver con el Scherzando en el que Pappano sí logró un resultado mucho más convincente. No terminaron de convencer las maderas que, si bien individualmente desplegaron unos timbres maravillosos, no acabaron de funcionar en conjunto en movimientos como el Intermezzo.

María Dueñas © Auditorio de Zaragoza
María Dueñas
© Auditorio de Zaragoza

En la segunda parte, el sonido de la orquesta en su conjunto fue similar al de ese Scherzando —en bloque y preciso—, especialmente destacable a la hora de jugar con un abanico de matices que Pappano no escatimó. Sin embargo, el maestro debió haber cuidado más el equilibrio de sonidos, en el caso de la primera danza, al contrario que en el Allegro non troppo de la Sinfonía, los graves estuvieron bien, pero hubiera sido conveniente destacar más las líneas de la melodía que saltan gráciles de instrumento en instrumento. Tampoco se debe olvidar que las danzas están hechas para ser bailadas y que es importante tener una articulación corta y precisa que ayude a saber al danzante en qué momento dar cada paso. Pappano arriesgó demasiado con el legato, aunque la acústica seca de la Sala Mozart contribuyó a que el resultado no fuera demasiado grave. El contraste entre matices, la precisión de flautas en la Danza eslava núm. 7 y la percusión liderada por los timbales en la número 8, que desencadenó en un final climático y explosivo, provocó, como no podía ser de otra forma, una gran ovación del público. Se brindaron a continuación tres bises: de los dos de María Dueñas destacó su versión para violín y orquesta de El cant dels ocells de Pau Casals —obra original para violonchelo y piano; mientras que la orquesta ofreció una novena danza: la Danza eslava número 2, (Dumka) del opus 72 de Dvořák.

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