Prosigue el Festival Internacional de Música de Canarias con la presencia de este conjunto orquestal aclamado por las historicistas versiones que ofrece de su amplio repertorio. Fundado a primeros de los años cincuenta del pasado siglo a cargo de solistas habituales en el Festival Mozarteum de la misma ciudad austriaca, entre ellos el célebre Bernhard Paumgarnet, a la Camerata Salzburgo le antecede una excelente carta de presentación.
Al maestro invitado François Leleux correspondió en esta ocasión la dirección del programa, iniciado por el conocidísimo Concierto para violín de Beethoven, ejecutado por la georgiana Lisa Batiashvili. El primer y extenso movimiento, Allegro ma non troppo, escrito a modo de ritornello, pleno de bellísimas y reiteradas melodías fue ejecutado con gran solvencia por la solista, bien acompañada por una orquesta a la que, salvando algunos deslices del viento, logró obtener de su director expresivas modulaciones en el volumen, resaltando los múltiples bellos momentos de esta parte. Cabe destacar la ejecución de la poco habitual cadenza del ruso de origen germano Alfred Schnittke, a cuya propuesta se unió la del tercer movimiento, ambas de gran complejidad técnica y expresiva, resueltas con aparente facilidad, por la violinista. Ofreció a continuación un Larguetto de elegante serenidad acreditando una solvente técnica interpretativa y conocimiento de la obra fuera de toda duda. Acaba esta exitosa pieza con el Rondo-Allegro enlazado con el segundo movimiento sin solución de continuidad, interpretado en esta ocasión con una vivacidad y celeridad recurrentes para la partitura del genio de Bonn.
Una primera parte de buen nivel general y a la que la violinista y director, en este caso a las manos del oboe, añadieron como propina una magnífica recreación del aria de la Reina de la Noche de La flauta mágica para ambos instrumentos agradecida profusamente por el público asistente y donde ambos hicieron gala de un gran virtuosismo en la complicada recreación de una pieza tan conocida como complicada.
El estreno en España de la Sinfonía núm. 1 de Tsotne Zedginidze, un adolescente de 15 años, discípulo por otra parte de la violín solista de la primera parte del programa, ya aplaudido por sus interpretaciones al piano y proclamado por sectores de la crítica como “el Mozart del siglo XXI”. A pocas fechas de su presentación mundial es digna de agradecer la inclusión de esta temprana composición en este Festival por la innovación que supone sobre una programación a veces de reiterativa difusión. Compuesta en un solo movimiento de no gran longitud, intercala continuos staccati de las cuerdas con melodías de fácil audición, pero que poco expresan o transmiten. Algún recuerdo de Shostakovich, de Khachaturian... pero poco más en un contexto que mezcla lo experimental con reminiscencias de dichos compositores. Todo ello resuelto con la motivada presentación ofrecida por los intérpretes. Podemos augurar próximas creaciones de mayor enjundia y relevancia, dada la extrema juventud del autor.
Culmina la velada con la postrera Sinfonía núm. 41 de Mozart “Júpiter” donde la Camerata se mostró como pez en el agua, precisa en cada uno de sus movimientos, con gran seguridad en todas las secciones orquestales adecuando los tempi, por momentos de excesiva celeridad y dinamismo, así como las exigencias requeridas a las cuerdas en esta corona del clasicismo. Carente de fisura alguna en una incisiva y dinámica interpretación, constituyó sin duda el mejor momento de la noche que, cumplió la excelencia pregonada como lema de este conjunto, que supo imprimir ese toque mozartiano, académico pero vivaz. Demostraron pleno dominio y conocimiento y sirvió de redonda culminación de una interesante programación, ensamblada bajo el hilo conductor de los niños prodigio.