Agrupaciones internacionales de la talla de la Orquesta de Cámara de Viena, la Kölner Akademie, Staatskapelle Halle y Camerata Salzburg embellecen el festival "Bogotá es Mozart". Sin embargo, se aprecia también un buen número de talentos locales, personificado por este maravilloso concierto que me encontró de nuevo en el pintoresco Teatro Colón. La Filarmónica Joven de Colombia es una de las dos orquestas juveniles que se desempeñan aquí (la otra es la Orquesta Filarmónica Juvenil de Bogotá). Bajo la experta dirección de Adrián Chamorro, demostró el tipo de credenciales mozartianas que adornarían fácilmente las agrupaciones mencionadas de Austria y Alemania.
La obertura en tres movimientos de Lucio Silla estableció inmediatamente las credenciales de esta joven orquesta, por su interpretación consumada en las cuerdas. Chamorro es evidentemente un excelente formador de orquesta y ha desarrollado en las cuerdas un gran sonido con un peso significativo. Un vibrato mínimo y ataque agresivo en los acentos demostraron más que un guiño hacia prácticas musicales históricamente informadas. Tocan con una madurez y sentido del estilo más allá de la edad promedio de la orquesta.
El talento nacional se extendió al solista del Concierto para flauta núm. 2 en re mayor. El flautista colombiano Gabriel Ahumada presentó un tono agradable, que no era demasiado brillante, pero que exploró una gama de colores sutiles. Su personalidad musical está lejos de ser perentoria, caracterizada por una gran serenidad, este es un flautista que no tiene que sobreactuar en el escenario. Las cadencias de Ahumada fueron encantadoras e ingeniosas: el primer movimiento fue ligero y seductor; la cadenza del segundo movimiento con el acompañamiento de cuarteto de cuerda, en el cual el flautista y la concertino intercambiaron trinos maravillosamente. En el tercer movimiento, Rondó, Chamorro moldeó con gran sensibilidad el acompañamiento de la orquesta con una calidad grácil y ligera.
Ahumada ofreció como bis, el Andante en do mayor K315 de Mozart, de elegancia simple, sobria, igualada por el pizzicato preciso de las cuerdas.
Este generoso programa se completó con no una, sino dos sinfonías. Los primeros agitados compases de la Sinfonía núm. 25 en sol menor (la "pequeña" sol menor) fueron marcados por acentos que centraron de nuevo la atención en la sección de las cuerdas. Qué maravillosa unanimidad de ataque y qué tremenda y oscura sonoridad de los violines en los últimos compases del Allegro con Brío! El Andante fue ligero y sin prisas. Chamorro, dirigiendo con precisos movimientos de muñeca, mantiene un estricto control en cada crescendo y decrescendo en un fraseo perfectamente dosificado.
La escritura de Mozart para las trompas es traicionera en esta sinfonía. Escribir para cuatro trompas en lugar de las dos habituales, genera demandas considerables. Desafortunadamente, el vigor en el ataque de estos jóvenes colombianos no se logró del todo en esta oportunidad, como al parecer sí ocurrió dos días antes cuando un colega (un extrompista de la Orquesta Sinfónica de Montreal) me aseguró que habían "dado en el clavo" maravillosamente. A veces se gana, a veces se pierde, pero su intención fue admirable.
A continuación la Sinfonía núm. 29 en la mayor, impresionó nuevamente por la energía de las cuerdas. Con frecuencia observo la sección posterior de las orquestas buscando señales de compromiso; aquí, desde las primeras filas hasta la parte posterior, cada uno estaba dando su todo. Chamorro se paseó por la música con un fino estilo mozartiano, con sólo la ralentización del Trio del tercer movimiento un poco fuera de lugar. Magnífica acentuación y articulación condujeron al cierre del concierto con alto espíritu.
Está claro que con estos músicos y bajo ese experimentado liderazgo, el futuro de la creación musical clásica colombiana está en las mejores manos.
Traducido del inglés por Helena Barreto Reyes