Siempre nos han hablado de la importancia de las primeras impresiones. Pero, ¿y qué hay de las últimas? ¿No puede acaso una mala despedida arruinar horas de buena conversación dejándonos solamente el amargo recuerdo de unas últimas inapropiadas palabras? Los finales son importantes en las óperas y por eso han sido muy susceptibles al cambio, quizás uno de los casos más conocidos sea el del Don Giovanni de Mozart, en el que el propio Da Ponte se vio obligado a escribir un postizo final para que el público vienés no se fuera a casa con la mala impresión de una condena a la inmoralidad por la cual la sociedad de la capital austríaca podría sentirse aludida.

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Iestyn Davies (Didymus), Julia Bullock (Theodora)
© Javier del Real | Teatro Real

En los tiempos del carpe diem y forever young, la muerte es un tema tabú y, por lo que demuestra Katie Mitchell, el sacrificio salvífico no es una opción válida para el empoderamiento de Theodora. Es una pena que Mitchell rehúya de los valores cristianos que impregnan este oratorio de una forma tan paranoica como para acabar arruinando el ritmo dramático que la música de Handel dirige indudablemente al sacrificio final, el momento del clímax, en el que, al igual que en la pintura barroca, la palma del martirio desciende de los cielos envuelta en una armonía angelical. En lugar de esto, Mitchell pone el foco en lo humano: el feminismo, el empoderamiento de la protagonista. Sin embargo, no va más allá de plantear a una Theodora algo más irreverente, sin que termine de encajar con el libreto de una ópera que se presta a desarrollar temas mucho más acordes al argumento y menos habituales en los escenarios en los últimos años: el amor, el sacrificio, la lucha por un objetivo mayor, la comunidad, la fe, etc.

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Iestyn Davies (Didymus), Joyce DiDonato (Irene) y Coro Titular del Teatro Real
© Javier del Real | Teatro Real

La decisión de Mitchell de alterar el final del oratorio me resultó especialmente dolorosa teniendo en cuenta que en el resto de la ópera muestra un ritmo magistral, adaptándose a los diferentes tempi con recursos interesantes como poner la escena a cámara lenta. Resuelve muy artísticamente la cuestión sexual que presenta el argumento del oratorio, incluyendo unos bailes de pool dance realmente sobrecogedores por parte de las bailarinas La Galgue y Mero González. La fotografía y la colocación sobre la escena fueron también absolutamente brillantes. Destacaron escénicamente las partes de alto contenido erótico protagonizadas por el embajador Valens, interpretado por Callum Thorpe. Un bajo con grandes dotes actorales y una soberana presencia tanto física como vocal.

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David Vento (Quintus), Ed Lyon (Septimius), Julia Bullock (Theodora), Antonio Laguna (Sextus)
© Javier del Real | Teatro Real

El tenor Ed Lyon también destacó por su presencia, así como por su fiato que le permitió jugar con los matices en las arias que se prestan a ello como “Descend, kind Pity, heavn’ly Guest”. Su registro está muy igualado y, aunque destaca su metálico timbre agudo, no pude evitar sentirlo un pelín encorsetado. La voz de Iestyn Davies, repleta de calma, fue adecuada al Didymus que planteó la producción de Mitchell. Apocado ante un intento de apoderada Theodora que no llegó a funcionar ni escénica ni vocalmente. Flaco favor le han hecho a la carrera emergente de Julia Bullock otorgándole un papel que no ha sido capaz de defender. Hacemos nuestras las mismas críticas que recibió en su estreno en la Metropolitan Opera House el pasado mes de abril: su voz llega con grandes dificultades a un registro agudo en el que es incapaz de recrearse y, por tanto, sus líneas melódicas resultan insulsas. Contrastó por ello con Joyce DiDonato, quien, aunque se tomó ciertas licencias estilísticas, encandiló al público con su control sublime sobre la voz.

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La Galgue (Flora, bailarina), Julia Bullock (Theodora)
© Javier del Real | Teatro Real

El gran protagonista de la velada fue Ivor Bolton, al que le tocó defender una partitura que pertenece a su especialidad. Supo agarrar bien las riendas de la orquesta, haciéndola destacar en los momentos adecuados con contrastes tanto tímbricos como en dinámicas absolutamente brillantes. Sin embargo, eso no le evitó someter a la orquesta al canto en arias como “Deeds of kindness to display” tocada prácticamente a dúo con Iestyn Davies.

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Julia Bullock (Theodora), Antonio Laguna (Sextus), Ed Lyon (Septimius)
© Javier del Real | Teatro Real

Musicalmente, como ven, el Teatro Real plantea una producción de alto nivel con una dirección escénica muy inteligente que, sin embargo, se ve aguada por una decisión completamente equivocada en cuanto al final. Pero es que esa última imagen absurda de Theodora, transformada en una suerte de Terminator, es el último recuerdo de la ópera que nos llevamos a casa. Será más del gusto de los vieneses, pero no por ello mejor.

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