Cuando el joven Mozart compone Mitridate, re di Ponto, con libreto de Cigna-Santi, el modelo metastasiano de ópera seria está llegando a su fin. Sin embargo, la primera incursión del genio salzburgués en esa fórmula más bien agotada da un aire de frescura con arias de gran virtuosismo y personajes que, en el cruce de lo político y lo privado, consiguen asumir una cierta profundidad. Por ello, es del todo loable que el Teatro Real proponga esta nueva producción, con una firma reconocida en el ámbito mozartiano de la dirección escénica como es Claus Guth.

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Franco Fagioli (Farnace) y Sara Blanch (Aspasia)
© Javier del Real | Teatro Real

El director alemán construye un aparato escenográfico bicéfalo y convierte el palacio del rey de Ponto en una villa de diseño contemporáneo, donde las intrigas palaciegas acontecen delante del discreto mayordomo entre bebidas y excesos. A través de una estructura giratoria, tan frecuente en Guth, este nos lleva en pocos segundos al mundo interior de cada personaje con una escena en la que únicamente hay un fondo gris metalizado con una serie regular de agujeros negros. En ese austero escenario los personajes se doblan y se clonan (mediante un cuerpo de baile) para representar las obsesiones del personaje que canta en ese momento. Recurso simple, pero eficaz, y magistralmente ejecutado para obviar la estaticidad de una ópera que no tiene apenas conjuntos, y en la que el cantante implicado en su aria apenas tiene que interactuar con los demás. La abstracción de este plano narrativo, potenciado por un uso de la iluminación certero, bien se conjuga con una música que brilla por encima de las palabras, la cual alcanza cotas ya muy altas para el compositor apenas adolescente.

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Sara Blanch (Aspasia), Elsa Dreisig (Sifare) y bailarines
© Javier del Real | Teatro Real

En tal sentido, Ivor Bolton desde el foso plasmó un sonido pleno, dramático, siempre bastante generoso, pero bien cincelado de detalles más diáfanos, especialmente provenientes del viento madera. En general estuvo atento a la concertación con los cantantes, aunque en la primera parte el equilibrio con algunos de ellos fue algo desbalanceado en favor de la orquesta. De hecho, podríamos señalar algunas carencias vocales en tal sentido, como en el Mitridate de Juan Francisco Gatell. El tenor argentino tiene una voz bien asentada en el registro medio, elegante y aterciopelada, pero no brilla ni por potencia ni por agilidad, encontrando algunas dificultades en las arias más virtuosísticas como "Quel ribelle e quell'ingrato". Franco Fagioli también mostró un caudal algo escaso, así como un exceso de histrionismo para contrarrestar algunas soluciones vocales no muy acertadas, como la forma de atacar las notas bajas, cambiando de registro y dando lugar a un fraseo oscilante y poco fluido. Mejoró en la segunda parte, donde con una emisión pulida y proporcionada musicalidad convenció mayormente en "Già dagli occhi il velo è tolto". 

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Clara Navarro (bailarina), Sara Blanch (Aspasia), Iván Delgado (bailarín)
© Javier del Real | Teatro Real

Fue netamente mejor el desempeño de las sopranos, seguramente resaltadas por la escritura mozartiana. Por un lado, la Ismene de Marina Monzó, único personaje añadido en el libreto por Cigna-Santi para una solución conciliadora, brilló en sus intervenciones con un voz ligera y ágil, algo esforzada en las notas más altas, pero convincente también en términos escénicos. Por otro lado, el papel de Aspasia es temiblemente exigente desde la primera aria hasta el tercer acto: vocalizaciones y florituras, agudos, arias de emisión prolongada y un rol de carácter fuerte. A todo ello respondió Sara Blanch con dotes más que notables: una afinación siempre precisa, seguridad en colocar cada nota, un color y timbre interesantes y, a pesar de ser una voz ligera, en todo momento pudimos apreciar bien su canto. Similar valoración podríamos dar de Elsa Dreisig, que dio vida a un Sifare bien construido tanto en lo dramático como en lo vocal. Fue capaz de desarrollar un personaje titubeante al comienzo, pero que va tomando protagonismo con el transcurso. La voz de Dreisig transmite calidez y robustez, a la vez que es capaz de sorprender con agilidad y transparencia en todos sus registros. Seguramente la voz más completa de la velada, arrancó merecidas ovaciones en "Lungi da te, mio bene", acompañada por el solo de trompa o en el dúo conclusivo del segundo acto con Aspasia "Se viver non degg'io", donde se plasmó un delicado juego de matices en un entramado natural y equilibrado entre las dos voces.

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Escena de Mitridate, re di Ponto
© Javier del Real | Teatro Real

El estreno tuvo una acogida globalmente positiva, entusiasta con algunos de los cantantes y con la dirección musical. Fue bien apreciada también la puesta en escena, de corte contemporáneo pero discreta, funcional y ceñida al libreto a la vez que visualmente ingeniosa y con buena dirección de intérpretes. Puede que algunos desajustes en el empaste se puedan ir arreglando con el curso de las representaciones para dar más lustre a una producción ya de alta calidad.