Regresa Evgeny Kissin al Auditorio Nacional, invitado nuevamente, un año después, por Ibermúsica, en el marco de su ciclo de orquestas y solistas de la Serie Arriaga; y aún registra un mayor número de butacas ocupadas que en la anterior visita. Al llamado del pianista ruso ha acudido, además de su público más ferviente, una compañía de jóvenes estudiantes que se ubicaron a su lado. Se nos anunció que la bolsa recaudada por estos músicos iría destinada a una ONG, y seguidamente se recomendó amablemente a la asistencia que se cuidara de que los teléfonos no participaran en el concierto. Además, se dedicaba el recital a Alicia de Larrocha por el centenario de su nacimiento, así como el año pasado se dedicó a su desaparecida profesora Anna Pavlovna Kanto.

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Evgeny Kissin
© Rafa Martín | Ibermúsica

También con Bach (esta vez sin arreglos de terceros) se inició este singular recital que abarcó tres siglos de música clásica. En esta ocasión lo hizo con la desafiante Fantasía cromática y fuga, BWV903, que pone a prueba la estabilidad rítmica de cualquier pianista desde su primer compás. Se trata de una obra cuyas demandas desaconsejarían a un pianista normal incluirla como inicio de un recital, pero en las manos de Kissin se convirtió en una carta de presentación de lo que iba a acontecer durante todo el concierto. Acometió la Fantasía con aplomo, con pulso firme y sin indecisiones rítmicas, y proponiendo acentos claros que facilitaban el seguimiento de las enrevesadas líneas junto a unos escalonados y amplios contrastes dinámicos. La velocidad elegida en esta primera parte fue clave para sostener la atención en una pieza de marcados contrastes, ya que predominan constantes cambios de tempo junto a una estructura un tanto confusa. Nos mostró estas singulares transiciones con toda fluidez y uniformidad.

Tras culminar la Fuga nos ofreció la Sonata para piano, K311, de Mozart, la fantástica sonata en re mayor en cuyo Rondó final se permitió el compositor incluir una pequeña e inolvidable cadenza. Costó trabajo reconocer el material temático y todos los detalles que abundan en esta partitura debido a la excesiva velocidad a la que fue interpretada toda la obra. Pocas pausas entre frases y secciones, y poca diversidad dinámica, dificultaron la audición de una sonata que sonó más bien como un ejercicio técnico antes de pasar al Scherzo de Chopin.

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Evgeny Kissin en el Auditorio Nacional
© Rafa Martín | Ibermúsica

Nos pareció lo mejor del recital esta irrepetible partitura del maestro polaco, toda una contienda que presenta unas complejidades técnicas inauditas, toda vez que atraviesa diversos estados de ánimo, cambiándolos constantemente por sus contrarios. Agradecimos las pausas y los silencios, expresados con soltura y convicción, y nos reconciliamos con el pianista narrador de historias que tuvo en esta pieza su mejor momento. Nos trasladó desde el misterioso y exaltado comienzo hasta el explosivo final a través de una multiplicidad de emociones que en todo caso mantuvo la unidad estructural de la partitura, y sin abusar nunca de una más que sobrada potencia sonora.

Necesario el descanso, aún le quedaba en la segunda parte sumergirnos en el universo de Rachmaninov, y lo hizo a través de una cuidadosa selección de Preludios y Estudios que, sin ser exhaustivos, representaron los rasgos más característicos de la música del compositor ruso. Comenzó por Lilacs, una obra cargada de melancolía y nostalgia con la que Kissin supo conmover a través de un enfoque fluido de las líneas melódicas, un uso ejemplar de los pedales, y una habilidad para cautivar con un sonido tenue pero poderoso. Y culminó, ya en las propinas, con el sobrecogedor Preludio en do sostenido menor, del cual cabe destacar, no solo la intensidad sonora que adquirió en sus momentos climáticos, sino también, y sobre todo, la habilidad para presentar los primeros acordes con un carácter absolutamente sombrío. Entre medias, nos ofreció varios Preludios y Estudios, de entre los cuales hemos de señalar el núm. 2 del op. 39, del que fue capaz de destacar constantemente el obstinado recuerdo al Dies irae que propone la mano izquierda, un motivo también muy presente en el mundo de Rachmaninov, y que nos dejó a todos sobrecogidos y en silencio. 

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