Los deseos de Tomás Bretón por dar a España una ópera nacional, en su idioma y sinfónica y líricamente a la altura de los estándares europeos se materializaron un 16 de marzo de 1895 en el mismo coliseo que hoy acoge su representación 128 años después. Daniel Bianco ha hecho un gran esfuerzo para dotar a La Dolores del boato que merece nada menos que para conmemorar el centenario del fallecimiento del compositor salmantino. La Dolores requiere de solemnidad y, en este aspecto, los escenarios de Amelia Ochandiano y Ricardo Sánchez Cuerda logran su objetivo: practicidad y belleza. También hubo lugar para la innovación, especialmente en el preludio al tercer acto en el que el cuerpo de baile interpretó una ensoñación premonitoria de lo que aguardaba en la escena final. No faltaron los guiños al folklore aragonés en los cabezudos y las bases de los gigantes. Todo ello unido mediante un movimiento escénico orgánico y elegante.

Rubén Amoretti (Rojas) y Saioa Hernández (Dolores)
© Elena y Javier del Real | Teatro de la Zarzuela

Para diferenciarse del sainete y la revista, requiere también La Dolores de voces líricas con potencia suficiente como para ejecutar las melódicas romanzas y los largos dúos repletos de emoción. La elección de Saioa Hernández para interpretar a la protagonista fue, sin duda, un gran acierto. Su voz es puramente operística: potente, pero en su justa medida, su uso del vibrato es apenas imperceptible, lo que le permite trazar unas líneas melódicas prístinas hacia unos agudos precisos y absolutamente cuidados. La voz de Jorge de León también sonó potente. En este caso, quizás demasiado, mostrando además en el agudo un vibrato poco natural y completamente innecesario para el tenor tinerfeño, quien tiene recursos de sobra para salvar el papel de Lázaro. Hernández fue una gran influencia para De León, pues en el acto tercero ambos interpretaron un dúo impecable, mostrando unas voces muy bien equilibradas.

Jorge de León (Lázaro) y Saioa Hernández (Dolores)
© Elena y Javier del Real | Teatro de la Zarzuela

También resaltó la voz de Saioa Hernández junto con la de José Antonio López, las escenas penúltimas estuvieron repletas de emoción en unas líneas a las que supieron imprimir tensión y hacer vibrar al oyente. Pero, a nivel personal, preferí el dúo “Me han dicho que casabas…” del primer acto. Un gran ejemplo del lirismo monumental que Bretón fue capaz de imprimir a esta ópera. Para terminar con los pretendientes de Dolores, tuvimos a Gerardo Bullón como Patricio, quien hizo un papel que destacó por la excelente interpretación de su personaje y Rubén Amoretti como el sargento Rojas. El bajo hizo un gran trabajo por meterse en el personaje, sin embargo, su timbre grave y aterciopelado no terminó de encajar con un papel que demanda mayor ligereza vocal tal y como se pudo apreciar en la canción “En cuanto de la música”. La sorpresa de la noche fue Javier Tomé, quien supo convertir en memorable el humilde papel de Celemín. Su timbre metálico, dotado de cuerpo y con una excelente proyección fue, sin duda, excepcional.

Miguel Ángel Berna junto a los bailarines de su compañía
© Elena y Javier del Real | Teatro de la Zarzuela

Pero no solo importan las voces. Estas deben ir acompañadas de una orquesta que permita apreciar el sinfonismo en el que Bretón envuelve la ópera para elevar su categoría musical. Pasamos del habitual acompañamiento de las zarzuelas a una banda sonora de gran peso. Y fue en este aspecto en el que flojeó la producción del Teatro de la Zarzuela. El maestro García Calvo no supo cuadrar bien a orquesta y cantantes, provocando desajustes notables. En general, la Orquesta de la Comunidad de Madrid se escuchó poco y desajustada.

Ruben Amoretti (Rojas), Jorge de León (Lázaro) y Saioa Hernández (Dolores)
© Elena y Javier del Real | Teatro de la Zarzuela

Dejo para el final el comentario de una de las escenas más relevantes y que, en su estreno, fue enormemente aplaudida por el público. Me refiero, como no, a la “Gran jota”. Miguel Ángel Berna y sus bailarines ofrecieron una peculiar versión del baile de la jota, en el que algunos de sus pasos se mezclaban con influencias flamencas y modernas. Al margen de que me parezca peligrosa la idea de que el flamenco deba impregnar todo lo español, he de admitir que fue un espectáculo para la vista ver y escuchar como el nuevo baile cuadraba los pasos y golpes con los de la jota tradicional en un excelente ejercicio de innovación. Faltó más cante jotero y más folklore aragonés en una producción más urbanita que rural de La Dolores. No gustará a todo el mundo, y es natural, pero lo importante es que tenemos una nueva producción de enorme calidad de la gran ópera española de Bretón.

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