El segundo programa de la Orquesta Sinfónica de Galicia ha marcado el inicio del exhaustivo ciclo temático dedicado a Johannes Brahms. Éste permitirá disfrutar de las cuatro Sinfonías, La canción del destino y el Segundo concierto. Una presencia de la música del compositor hamburgués tan notable no dejará de estar exenta de polémica entre los aficionados, no en vano estamos ante el cuarto compositor más programado en el mundo, de acuerdo a las estadísticas de Bachtrack. Pero lo cierto es que mientras las interpretaciones de la música de Brahms sean lo suficientemente rompedoras como para permitirnos redescubrir la grandeza de su música, nunca serán redundantes.

Lucas Macías Navarro © Marco Borggreve
Lucas Macías Navarro
© Marco Borggreve

La velada se abrió de forma relajada con Obertura e Intermezzo de Rosamunda de Schubert. Fue una interpretación serena, intimista, plena de nostalgia, en la que las maderas de la OSG deslumbraron en su evanescente diálogo. Lucas Macías ejerció un estricto control sobre las dinámicas, embelleciendo al máximo el resultado sonoro. Pero el plato fuerte de la noche llegó con la breve pero intensa Canción del destino, obra coral paradigmática de Brahms y que forma parte tradicional del repertorio de la OSG. Una gran oportunidad de lucimiento para el Coro de la OSG, relegado en las últimas temporadas al repertorio barroco y clásico. Aunque el habitual desequilibrio entre voces masculinas y femeninas parece haberse acentuado, fue una interpretación cohesionada, con muchos momentos mágicos como el inicio en pianissimo; la intervención de los chelos sobre el verso “Wie die Finger der Künstlerin” con el que el poeta evoca los habilidosos dedos de los músicos y el cierre a cappella del Langsam, con su referencia a la “eterna claridad”. En el unísono del Allegro el coro estuvo a la altura del estallido orquestal; sin embargo, la espectacular descripción del fluir del agua entre las rocas, “Wie Wasser von Klippe zu Klippe”, con su peculiar ritmo inconexo, vio mermado su impacto debido a unos ligeramente dilatados silencios.

Fue un placer volver a la Segunda sinfonía de la mano de Lucas Macías y una OSG que no cede un ápice en inspiración y entrega. Fue una interpretación en absoluto canónica, fundamentalmente por su ausencia de retórica, lo cual se reflejó en un tiempo vivo al máximo, muy especialmente en el Allegro non troppo. En manos de Macías, duró casi seis minutos menos que en versiones de directores como Zinman, Abbado y Haitink, siendo sin embargo similar a la de un atípico brahmsiano como es Jansons. Una concepción heterodoxa que en absoluto resultó fallida. La clarividencia que Macías transmitió en la obra demostró como en su época del Concertgebouw ha absorbido la esencia de la obra de la mano de los mejores directores.

Inevitablemente, a un tiempo tan vivo, muchas de las aristas del primer movimiento se suavizaron, especialmente en las continuas transiciones que separan el torrente de temas. Pero no hay queja de la respuesta orquestal, destacando el timbal Fernando Llopis, crucial imprimiendo ritmo y color, y el joven trompa solista Paco Carmona. El estático Adagio, en consonancia con el primer movimiento, huyó de la introspección habitual para conducir de forma perentoria al poderoso clímax en el cual se estableció un puente evidente con la Canción del destino. El vertiginoso Allegretto fue atípico, especialmente en su arrollador Presto, con un Macías que estiró al mínimo sus calderones, pero las burbujeantes y mendelssohnianas maderas le imprimieron una vitalidad milagrosa. El Allegro con spirito final fue más canónico, pues pocos son los directores que no se dejan llevar por el desenfreno en este torbellino de ideas musicales. Con la ayuda de unas cuerdas virtuosísticas al máximo y el impulso de las maderas, Macías condujo magistralmente la obra a la gran coda en la que los metales impusieron su poderío. En manos de Lucas Macías, el ciclo Brahms de la OSG ha superado exitosamente su primer asalto.

****1