Muchos ven en esta creación una carta de intenciones del compositor; una reafirmación, en forma de partitura hablada, frente a un mundo que ya no escuchaba y la única posibilidad que le quedaba para hacerse oír. Beethoven hizo de Fidelio el único y último ejercicio (operístico) de comunicación verbal con el exterior, antes de abandonarse por completo al espiritualismo sinfónico. La sordera le hizo prisionero de por vida, tal y como le sucede a su personaje Florestan. Gustavo Dudamel recoge esta reflexión vital del compositor –su alienación por la privación de la escucha, su posicionamiento con ella y los recursos utilizados para comunicarse– y le añade un valor más a la obra inmortal; junto a la LA Philharmonic, el Deaf West Theatre, el Cor de Cambra del Palau de la Música, el coro del Liceu y el Coro de Manos Blancas, conecta el mundo sordo de Beethoven, una privación sensorial que millones de personas han vivido y viven, y hace posible que todas ellas puedan oír la ópera en una propuesta semi-escénica creada para cualquier tipo de público.
El montaje incluye varios coros, pero fundamentalmente el de Manos Blancas (interpretación musical a través de la expresión gestual y poética de la lengua de signos), que conecta con la aflicción interna del compositor, incluyendo la participación de actores sordos, doblados como representación de los cantantes de roles protagonistas. Siendo una obra de complejidades, desequilibrios y desigualdades musicales, se acopla con naturalidad y sensibilidad a la causa inclusiva del director. Una prisión militar en Sevilla es el escenario del mundo de un Florestan cautivo, de su enemigo Don Pizarro, del digno Rocco y la amorosa Leonora, convertida en Fidelio para el rescate. La obra se desliza por la sublimación y el idealismo en un único espacio diáfano, firmado por Alberto Arvelo, convirtiéndose casi en un oratorio en su enorme final: Leonora es la representación de la lucha, Fidelio es el ideal.
Dudamel combina las funcionalidades del coro, una orquestación extensa y un conjunto de voces fuertes preparadas para sobrepasar la barrera sonora. La compacidad temática y musical de la música hicieron de las líneas melódicas y tonales, para las voces, un ejercicio de dificultad y tesón; el reparto demostró una preparación concienciada para enfrentarlo, ya que los ademanes sinfónicos exigían densidad. La diversidad vital de todo el conjunto en interpretar una música basada en el heroísmo –traducido al protagonismo de los metales, percusión y sección de contrabajos amplios en tímbrica– constituyeron un retrato bastante preciso del alma de la obra. Una potencia sobrecogedora de las notas dramáticas, junto a la incisión coral simbolizando la opresión y la combinación de valores cantados por los protagonistas; la dualidad estilística del singspiel y el spieloper convive con el humanismo del mensaje en una época más adentrada a la sentimentalidad.
La ejecución orquestal estuvo liderada por la amplitud colorística y armónica de los metales; de lectura entusiasta, se combinaron juegos temáticos doblados por las trompas, con el impulso y las texturas creadas por la percusión. El cuerpo de maderas reforzaron los solos, de fraseo claro y expresión rítmica, y el uso de vientos destacaron por sus modulaciones, ampliando junto al resto los límites del instrumento. Todo el conjunto de elementos hicieron posible un desarrollo cimentado por las tensiones entre contrastes de secciones y fuertes variaciones. En cuanto a voces, Tamara Wilson llevó a cabo con notoriedad una Leonora de tonalidades ricas; potente y luminosa, su voz sobrepasó el caudal sonoro del foso con éxito en diferentes tonalidades. Andrew Staples fue un Florestan contundente; de tesitura expresiva, matizó las intensidades de sus líneas ajustándose a la brillantez de sus pocos pasajes. Rocco contó con alguna dificultad en llegar a los registros agudos, aunque la voz de James Rutherford es innegablemente bonita. Shenyang puso voz al alcaide Pizarro, de amplitud, versatilidad y sonoridad, esbozó la malicia intrínseca de su personaje en una progresión dramática certera. Sin dejar de lado la energética actitud que lo caracteriza batuta en mano, el venezolano marcó las exigencias técnicas, tanto en fraseo como en acento, de las sonoridades y de la teatralidad de la pieza. De práctica fluida, la poética sosegada de su dirección hizo suavizar en ciertas líneas la naturaleza sólida del espíritu beethoveniano, pero sin restar solidez.
Fidelio es una ópera sobre la libertad (que no sobre la revolución). Cierto es que la música de Beethoven no necesita ser narrada; puro conocimiento y diálogo en estado esencial, únicamente dotado por la capacidad expresiva de la música. Aunque no por ello signifique que todos escuchemos de la misma manera; los hay que sienten el sonido de la vida. Beethoven finalmente supo encontrar la manera de comunicarse con el mundo, de expresarse y de reafirmar su existencia. Como cualquier persona, oyente o no.