Muy interesante y variado el programa que presentó la Orquesta Sinfónica de Tenerife en su undécimo concierto de la temporada. Centrada en obras de compositores nórdicos, fue una velada que dio mucho de sí, permitiéndonos disfrutar del buen estado de forma de la orquesta y de las interesantísimas versiones propuestas por la directora invitada y el solista, ambos ingleses.
Cantus Articus es una de las composiciones más conocidas de Einojuhani Rautavaara. Combina una sugerente mezcla de escritura orquestal con grabaciones sonoras de pájaros, lo que crea unos efectos mágicos, pero también existe una gran dificultad para lograr el balance adecuado, aspecto que quedó bien resuelto en esta versión. Catherine Larsen-Maguire y la orquesta nos hicieron disfrutar mucho de esta obra, que dominaron hasta en sus más pequeños detalles. Gestos ágiles y contagiosos, cuidado extremo del sonido, control de todos los elementos estructurales, flexibilidad y capacidad de expresión. Estas fueron algunas de las virtudes que dieron como resultado una versión espléndida, que consiguió llevarnos a través de la desbordante imaginación de Rautavaara. Muy bien reflejadas la variedad de acentos y atmósferas en “El pantano”, el ambiente apenado en “Melancolía”, y los clímax imponentes en “Cisnes Migrando”.
La velada continuó con el Concierto para flauta y orquesta de Carl Nielsen en el que Adam Walker demostró no solo dominio del instrumento, sino también una identificación especial con esta obra poliédrica, a veces laberíntica. Resultó impresionante la variedad y capacidad expresiva de Walker, con unas fenomenales cadenzas del primer movimiento (Allegro moderato). En el segundo (Allegretto), supo ser gracioso en su entrada inicial, expresivo en el Adagio ma non troppo y virtuosístico en los pasajes conclusivos de la obra. Por otro lado, Larsen-Maguire asumió el rol sinfónico de la obra plenamente, consiguiendo un gran rendimiento de la orquesta y, al mismo tiempo, colaborando de manera ejemplar con el solista. Como regalo, Walker ofreció una interpretación subyugante de Syrinx, de Claude Debussy.

El concierto concluyó con la Sinfonía núm. 3 en do mayor, op. 52, de Jean Sibelius, es de las menos programadas de su corpus sinfónico. Larsen-Maguire comenzó con energía y sentido de danza, muy atenta a los contrastes de carácter en el primer movimiento (Allegro moderato). Extraordinario el segundo (Andantino con moto, quasi allegretto), especialmente logrado, y donde todas las virtudes de la directora y la orquesta se mostraron en plenitud, con bellísima presentación del tema inicial (y sus variantes, a través del movimiento), intervenciones maravillosas de todas las secciones de la orquesta, con variedad y convicción. Fue uno de los momentos más logrados de la velada. Convencieron también en el último movimiento (Moderato-Allegro ma non tanto), realizando de manera ejemplar la difícil transición entre la sección inicial (de estilo danzable y scherzando) y la marcha/himno. Larsen-Maguire estuvo inspirada y consiguió que este movimiento funcionara estupendamente bien, redondeando así una versión admirable que contó con una prestación orquestal de gran calidad.
El concierto dejó un muy buen sabor de boca por el atractivo programa, una directora en plena madurez, un flautista de gran nivel y una orquesta que refrendó su categoría.