Fiel al propósito de promocionar la música y a los músicos españoles, Javier Perianes participaba con este concierto en la conmemoración del centenario del nacimiento de Alicia de Larrocha. Seguirá haciéndolo con otros. En principio, el programa era un monográfico dedicado a Brahms, pero, finalmente, el Concierto para piano y orquesta núm. 20 en re menor, K466, de Mozart, sustituyó al Concierto para piano núm. 2, op. 83, del primero. Una permuta que reforzó el interés de la cita, pues, en la década de 1970, la crítica estadounidense otorgó a la pianista catalana el título de Lady Mozart gracias a la calidad y frecuencia con las que interpretaba la obra del salzburgués. Además, la artista solía declarar que, cuando se enfrentaba a esta música, intentaba inferir a sus conciertos y sonatas lo que le sugerían sus sinfonías y óperas. Un postulado que, a tenor de lo escuchado, parecía ser el punto de partida de la versión que Perianes y Gimeno ofrecieron de una pieza que se ha explicado por su cercanía a la teatralidad de Don Giovanni y por la influencia que tuvo sobre la música de Beethoven. Eso sí, solista y director ofrecieron una lectura tan personal, por parte de ambos, como compenetrada y precisa.
Gustavo Gimeno dejó su impronta nada más iniciar la introducción al frasear con sentido binario partes del motivo sincopado cuaternario, acentuando su connotación melódica. Además, aprovechó los tutti para sacar a relucir el dramatismo del que hablamos y una sonoridad en la orquesta grande y sin asperezas. En el tercer movimiento sujetó al conjunto ante el vigoroso tempo que impuso Perianes. El solista lució legato al enunciar el primer tema y supo escuchar a la orquesta para mantener un elocuente diálogo cuando hizo falta. Finísimo el acompañamiento de los contrabajos. En la primera cadencia, el pianista enfatizó el contraste entre la tonalidad mayor y la languidez de la menor, pero fue en la segunda sección del rondó que da forma al segundo movimiento donde más destacó la conjugación de su límpida articulación, lirismo en el fraseo y fantasía en el timbre, apoyado con deleite por la cuerda. Cuando concluyó el Concierto, ante los reiterados aplausos, Perianes regaló una delicada versión de La Fille aux cheveux de lin (La niña de los cabellos de lino), intencionadamente alejada de la impresión colorista para ahondarla en lo íntimo y expresivo.
En referencia a las dos obras de Brahms que completaron el programa, lamentamos no poder informar sobre el resultado de la Obertura trágica. La densidad del tráfico que había a la entrada de València hizo que llegáramos a los pocos minutos de que cerrasen las puertas del auditorio. Sobre el papel, parecía el preludio idóneo para el K466 de Mozart, con el que comparte tonalidad (re menor) y carácter. De la Sinfonía núm. 1 en do menor, op. 68, Gimeno hizo una lectura igualmente personal. Como había hecho en el Concierto para piano, arrancó en el Poco sostenuto de forma poco convencional: tensó al máximo el pasaje cromático de los violines con la mano izquierda, en medio de una compacta masa sonora. A continuación, definió con claridad cada una de las modulaciones que forman la exposición y nos zarandeó emocionalmente al alternar tensión y calma hasta construir una efectiva coda.
A la lírica aparición del oboe solista en el segundo movimiento le correspondió un expresivo contrapunto en las violas, y, unos compases más adelante, los solistas de violín, trompa, clarinete y fagot alternaron sus respectivas superposiciones del tema para crear una textura tímbrica hermosa. La sección inicial del tercer movimiento fue más ligera que graciosa, liviana, lo que contrastó sobremanera con el turbador, por sobresaltado y movido, fortísimo central. En la última parte, el stringendo de los pizzicati fue generado de la nada y dio lugar a una sección desasosegante y oscura en la que el tema de la trompa alpina se elevó a modo de luminosa revelación, cumplimentada con gusto y empaste por los cobres graves. Y, seguidamente, sonó el esperado tema inspirado en la Novena de Beethoven, solemne y con sonido terso en la cuerda. También se escucharon con claridad los motivos que sirven de recapitulación de la Sinfonía y el engranaje contrapuntístico funcionó a la perfección. Otra vez, algunos pasajes de contrabajos, esta vez junto a timbales, resultaron exquisitos. Para concluir, Gimeno aceleró el Allegro un tanto, lo que llevó a que la cuerda perdiera fuelle al final y que la conclusión pareciera más precipitada que briosa, quitándole importancia a la grandiosidad beethoveniana para dárselo a quien corresponde: a Brahms.