A lo largo de la historia de la música española encontramos una serie de obras que podríamos considerar incómodas de explicar debido a los acontecimientos que acompañaron su génesis y desarrollo: avatares que dilataron sobremanera su conclusión o su estreno. Atlántida, de Manuel de Falla, es una de ellas y la anomalía que supuso la Guerra Civil y el franquismo, junto a la mala salud del compositor, fueron sus condicionantes. Es “la tragedia de Falla”, es decir, ser más reconocido por las piezas de carácter popular, que por la que más esfuerzo le supuso. Sin embargo, Josep Pons ha presentado esta cantata escénica de nuevo, aligerando su carga simbólica y, por tanto, resignificándola.

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Josep Pons al frente de la Orquestra de la Comunitat Valenciana
© Miguel Lorenzo | Palau de les Arts Reina Sofía

El director catalán declaraba días antes del concierto que se escucharían los pasajes que el compositor dejó terminados o estructurados: diez números, según el programa de mano, que forman el prólogo, la primera y la tercera parte; sin obviar, no obstante, el trabajo que hizo Ernesto Halffter en varias tentativas hasta llegar a la “versión Lucerna” de 1976. De este modo, Pons adelgaza considerablemente el contenido textual y por otra parte alivia el ingente elenco necesario, evitando la presencia de, por ejemplo, tres cantantes más que interpreten las cabezas de Gerión, las siete solistas requeridas para las siete Pléyades y el coro de voces blancas que aparece en el número titulado “La veu divina”. Pero lo más importante es que al restar peso al argumento mitológico, y por lo tanto a la exégesis nacionalista, emerge sobremanera la religiosidad que emana de esta composición. Sobre todo, en partes como “La Salve del mar” o “La nit suprema”, que invita al recogimiento espiritual. Un mensaje, por tanto, más acorde con la personalidad de Falla, profundamente católico, quien lamentó por igual el asesinato de religiosos y religiosas durante la guerra y el de su amigo Federico García Lorca. Un sentir piadoso que podemos traducir por la idea de que de esta Atlántida hundida, en la que caben todas “las naciones íberas”, solo podrá surgir un mundo mejor. Tal vez, fuera ese el deseo del compositor y su medio más clarificador el romance que canta Isabel.

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Cor de la Generalitat Valenciana
© Miguel Lorenzo | Palau de les Arts Reina Sofía

Para llevarnos a esa conclusión, Pons manejó con suma atención cada una de las secciones de la Orquestra de la Comunitat Valenciana. Un conjunto que se mostró con la brillantez a la que acostumbra, aunque en algún momento el director tuvo que reducir el volumen de metales agudos y percusión. Por otra parte, el catalán ha manifestado en algunos medios vivir un idilio con el Cor de la Generalitat (tal vez dure desde que ambos participaron en la versión escenificada de Atlántida que La Fura dels Baus presentó en el Festival Internacional de Música y Danza de Granada de 1996). De este modo, la intervención del coro, con la consideración de solista principal de la obra, aportó innumerables matices lumínicos (casi se podría decir que la isla sumergida fue hallada en el Mediterráneo), además de un empaste delicioso y unas texturas exquisitas, como la del pianísimo de “L’incendi del Pirineus”. Juntos, más parecieron orar que cantar. Una labor por la que también hay que felicitar al director del Cor, Frances Perales. El quinteto solista resultó redondo igualmente: Núria Rial fue una Reina Isabel diáfana y expresiva, Maite Beaumont dramatizó bien el decaimiento de Pirene, Damián del Castillo fue un Corifeu contundente y acertado, en un recitar-cantando cercano al de Maese Pedro, Quiteria Muñoz hizo volar la melodía en su parte de Dama y Pilar Garrido, como infante y paje, aportó cierto gracejo popular.

Pero antes de todo esto, el concierto había comenzado con el cambio del orden de programa: las dos suites de Daphnis et Chloé estaban anunciadas para el final. Desconocemos los motivos de tal permuta, mas fue acertada. El uso de la mitología por parte de Ravel resulta bastante más carnal que el que hace Falla, por tanto, después del regocijo de una versión sutil, contrastada en dinámicas, también de múltiples colores y de tensiones bien ajustadas, en las que es justo destacar a la sección de flautas y al requinto, nos pudimos solazar con la música del Falla más visionario.

Para concluir, es preciso señalar que en el momento que acabamos esta reseña nos llega la noticia del fallecimiento de Isabel de Falla, única sobrina, albacea e impulsora del legado del gaditano universal. Sirvan estas líneas como recuerdo y homenaje.

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