La evocación de los paisajes nórdicos, desde el revestimiento de diferentes compositores románticos, fue la tónica del programa. Todos ellos desarrollaron diferentes matices de los parajes, a través del protagonismo tímbrico de los vientos y el acompañamiento lineal del conjunto orquestal. 

Muy buena elección fue abrir el concierto con Rapsodia noruega núm. 3, op. 21 de Svendsen, ya que, desde los primeros compases de la Orquesta de Extremadura, se pudieron apreciar las ondas de contraste briosas características en toda la noche. Así, resaltando con dinámicas el conjunto de cuerdas y con frases muy respiradas y pausadas de los vientos, se apreciaba un manejo maestro de los colores orquestales. También resultó convincente el final de la pieza, a través de la gustosa elección de Miguel Romea, por subrayar las melodías internas de los violines, mientras los vientos metal desarrollaban un delicioso colchón armónico.

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Antonio Lloret, Miguel Romea y la Orquesta de Extremadura
© Orquesta de Extremadura

Con el Concierto para trombón de Grøndahl se recurrió al jugueteo del rubato, pero unido a la audacia del solista. La mayúscula sensibilidad de Toni Lloret al trazar cada salto sonoro en las frases, potenciaba cada recoveco del trombón. En consonancia, conformaba frases repletas de calidez y cercanía, junto con el acompañamiento conciso de las cuerdas. Así, se convirtió el segundo movimiento en un magnífico espacio lleno de cromatismos sobre el que denotar los paisajes escandinavos. Aunque, en el tercer movimiento, las dinámicas excesivas en los vientos afectaron al sonido conjunto, resultando demasiado histriónico. El final de la pieza conllevó una sensación gustosa de recitación de los vientos metal, al moldear cautelosamente las cadencias de las frases. Todo ello culminó en gran acogimiento por parte del público del Palacio de Congresos de Cáceres.

La enorme arquitectura sonora de Sinfonía núm. 2 en re mayor, op.43 de Sibelius fue un gran reto llevado desde una interpretación arriesgada y voraz. Los dos primeros movimientos se caracterizaron por forjar un cimiento correcto del conjunto. Las entradas, intermitentes en intensidad de los vientos, fueron decisivas para sentir las pastorales vías solistas. Pero, más impactante fue andante ma rubato, ante la elección de Romea por estirar los silencios entre cada cambio de sección orquestal, conllevando el sobrecogedor efecto de una lenta y profunda oscuridad. Al mismo tiempo, este ambiente fue genialmente contrarrestado con el jugueteo del tempo: comedido para los vientos y muy grácil para las cuerdas. El resultado fue un impulso apasionado, que eclosionaría en una oda triunfal.

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Miguel Romea al frente de la Orquesta de Extremadura
© Orquesta de Extremadura

Los dos últimos movimientos fueron una entrega a fondo entre ambas partes. En vivacissimo, las cuerdas mantenían el tempo acelerado, para reforzar la entrada de los sensacionales chelos. Esto últimos sostuvieron un sonido robusto y creciente, que expandieron fluidamente durante el tránsito hacia el último movimiento. El cuarto movimiento terminó de persuadir con apabullante energía, a través de apreciar el carácter propio de cada melodía defendida. Las líneas melódicas eran creadas con una limpieza cortante, que de forma conjunta afianzaban un empaste sonoro poderoso. Sin embargo, las preguntas-respuestas entre vientos se percató en ciertos momentos algo apagadas, ante dinámicas muy fuertes en las cuerdas. Se puso un punto y final apoteósico, desde la dilatación de las frases de los vientos, para hacer una extensa masa sonora y nuevamente contrarrestase con la exquisita saturación auditiva entre tremolos y tempo acelerado. De ahí, resultó un magnetismo tan hipnótico que explosionó en varios bises y bravos seguidos.

En definitiva, la construcción de imágenes paisajísticas con pequeños elementos musicales, fue presentada desde una lectura equilibrada entre lo idílico y la desmesura por nutrir cada esquicio melódico.

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