Antes de su aparición con la Filarmónica de Múnich en el Prom 4 de este año, Valery Gergiev ofreció una extensa entrevista a David y Alison Karlin. Aquí está lo más destacado.
Para ser un hombre que pasa tanto tiempo volando de una parte a otra del mundo, un hombre con tantos proyectos musicales en marcha, Valery Gergiev también sabe detener el ritmo frenético y disfrutar pequeños momentos. Cuando pasa por alguna de las numerosas iglesias o catedrales que hay en Rusia, entra y se queda horas escuchando el canto coral o el tañido de las campanas (único en cada lugar). Esta gente no se considera a sí mismos músicos clásicos, comenta, pero estos sonidos son el centro de la tradición de Prokofiev, Shostakovich, Stravinsky.
Gergiev se ve a sí mismo como el guardián de dicha tradición, con la misión de llevar la música clásica a públicos alrededor del mundo, incluyendo algunos de los lugares más recónditos. Su modus operandi es sencillo: comienza exponiendo a la audiencia los intérpretes más importantes del mundo, preferiblemente gratis. Ofreciendo al público contenidos valiosos y reveladores, hace que llegues a un punto en el que tienes “un público que sabe y que, de algún modo, demanda calidad y espera que las cosas estén hechas de modo excepcional”.
Introducir a los niños a cantar en un coro es la mejor cosa posible. Creo que es mucho más natural, incluso, que tocar el violín o el piano.
Cree que enseñar a los niños a cantar en coros es el mejor inicio musical que se les puede proporcionar, y por ello lidera la Sociedad Coral Rusa, cuya misión es la de unir los coros de las 86 regiones de Rusia. Nos recuerda cuán grande es Rusia –lugares como Yakutsk o Krasnoyarsk son seis veces el tamaño de Francia, y un territorio tres veces Francia, se considera mediano. Ha visitado unas 50 regiones, tras lo que espera que pongan en marcha sus propios programas, los que congregará en eventos de gran escala, como el inmenso coro organizado para los Juegos Olímpicos de Sochi. Todo es cuestión de seleccionar a los directores de coro adecuados, enérgicos e inspiradores, y es un trabajo en curso, “a medio camino, al menos”.
Toda esta gente ahora viene a vernos, así que no tenemos que ir a ninguna parte.
El desarrollo de público ha sido un proyecto preferente durante mucho tiempo. Hace 15 o 17 años, el Mariinsky comenzó a ir a universidades a ofrecer conciertos gratuitos –sin ni siquiera entradas, sencillamente, puertas abiertas– con la orquesta y el coro al completo y estrellas de la talla de Netrebko, Borodina, Nikitin o Abdrazakov. Esa inversión se ha visto recompensada con creces, ya que se ha generado una audiencia suficiente como para llenar el nuevo Mariinsky II, el cual Gergiev ensalza como “uno de los complejos más poderosos de nuestro tiempo”.
La llegada del Mariinsky II a San Petersburgo ha supuesto una operación de escala colosal, cuenta con cuatro salas de cámara además de dos teatros de ópera (uno moderno y uno tradicional) y el auditorio principal (que tiene un foso de orquesta y, por tanto, puede utilizarse para ópera cuando se necesite). A veces representan tres óperas el mismo día, y lo pueden hacer porque emplean a suficientes cantantes, bailarines y músicos. Trabajar a este nivel les ha permitido asegurarse un número de antiguos y preciados (y caros) instrumentos italianos: “Esto es lo que hace el sonido de la orquesta muy especial, no solo los intérpretes, también los instrumentos”.
A los auditorios de San Petersburgo, se suma el proyecto más ambicioso hasta la fecha: el “escenario Primorsky” en Vladivostok, a unos 9000 km de distancia (la región Primorsky es donde habitan los tigres siberianos). En agosto tuvo lugar el primer “Festival del Lejano Este”, se inauguró con la ópera de Prokofiev Compromiso en un monasterio y contó con Diana Vishneva y Yulia Lopatkina, dos de las mejores bailarinas del mundo, así como con los ganadores del Concurso Tchaikovsky de este año. Gergiev está invirtiendo mucho tiempo en el Escenario Primorsky y espera resultados rápidos –confía en haber transformado la audiencia de la región en un periodo de seis o doce meses. Cualquier otro mortal hubiera calculado en décadas.
Hay que ser generoso, abierto y curioso... debemos hacer que las instituciones confíen en nosotros y que podamos gastar, digamos, un 2% de nuestro presupuesto total en cosas que no sean “hagamos esto, venderemos muchas entradas”.
Un tema recurrente es el hecho de que el Mariinsky puede decidir rápidamente el poner un concierto gratuito para construir un “fondo de audiencia”. La ambición de Gergiev como proselitista de la música clásica –y de la música rusa en particular– llega a todo el mundo: “la música no tiene fronteras”, asevera. Se dirige a Ámsterdam a trabajar con la Joven Orquesta Nacional de USA, la cual no existía hasta que ayudó a cofundarla en 2013, bajo la iniciativa de Clive Gillinson, director artístico del Carnegie Hall. Nos habla del reciente e improviso viaje a Cuba: la Orquesta Mariinsky estaba en Norteamérica y era justo antes de la visita de Obama a Cuba, así que se le ocurrió que era una oportunidad única para visitar el país “mientras es, por decirlo de algún modo, el país de Castro” y mientras “todo es como era en 1959”. Añade que hubiera sido ingenuo esperar un contrato del gobierno local o de un teatro. Saca su teléfono y nos muestra orgulloso fotos de extraordinarias columnatas de mármol en La Habana. Habla con mucho entusiasmo de la diversidad que existe en Latinoamérica, la cual ha visitado recientemente por vez primera, y ha dirigido para públicos numerosísimos –el más amplio fue en el Auditorio Nacional de México (que albergó 12450 personas en los Juegos Olímpicos de 1968). Gergiev elude la política durante toda la entrevista, aparte de expresar tristeza por los niveles de violencia presentes en muchos países o por la destrucción de las antigüedades en Palmira. Pero está claro que tiene un respaldo político que le permite llevar a cabo proyectos ad hoc, con la seguridad de que serán financiados.
Tenemos que pensar qué dirá la gente en 20 o 30 años sobre este era, este periodo de tiempo.
Gergiev es profundamente consciente del gran alcance de la historia de la música. Le fascina el cómo las orquestas cambian a lo largo del tiempo –por ejemplo, cómo la Concertgebouw ha evolucionado durante las pasadas décadas, desde Mengelberg hasta Haitink, y hasta el presente. Para un hombre al que no se puede describir como humilde, muestra auténtica modestia al considerar cómo el público futuro apreciará su producción discográfica o fílmica. Y, sin lugar a dudas, se ha propuesto el cometido de dejar registradas las grandes obras rusas, especialmente aquellas que él considera están a falta de una buena selección de grabaciones de calidad –las sinfonías de Stravinsky o Juego de cartas, por ejemplo, o las óperas de Prokofiev. El gigante es la primera ópera de Prokofiev, la compuso cuando tenía nueve años, y Gergiev encuentra impactante el ver la genialidad que se aprecia en la misma. El Mariinsky la interpretó en mayo en una de las salas de cámara y fue muy divertido: cree que se debería filmar en algún momento. Habla también de Semyon Kotko como una importante ópera de Prokofiev que debería representarse más.
Gergiev es presidente del Concurso Internacional Tchaikovsky. Considera que el premio en sí no es, quizás, lo más importante. Lo que le entusiasma es que el concurso ofrece la oportunidad a los jóvenes intérpretes de sentarse, durante una hora o más, con los grandes músicos de su tiempo. Recuerda cómo él mismo aprendió de este modo de Mravinsky, Karajan y otros muchos. Rememora vívidamente un encuentro de cuatro horas con Bernstein, en 1988, que le cambió la vida. Le considera un genio y alguien a quien “de algún modo estaba destinado a conocer”. Discutieron sobre cómo interpretar Tchaikovsky y Shostakovich; Bernstein se enfadó al enterarse de que Gergiev no conocía su grabación de la Sinfonía Leningrado de Shostakovich con la Orquesta Sinfónica de Chicago –la verdad era que no estaba disponible en la Unión Soviética.
Sorprendentemente para una criatura tan cosmopolita, Gergiev ama la naturaleza y los lugares pequeños. Adora la sensibilidad hacia la naturaleza de los escandinavos –sus lagos, bosques, el aire tan limpio y que todo esté hecho de madera. Es una de las razones por las que sigue involucrado cada año con los festivales de Mikkeli y del Mar Báltico –cree firmemente que el Mar Báltico y su ecosistema necesitan ayuda. Más recientemente, el lugar que le ha fascinado ha sido Frutillar, en Chile, un pueblo de unos 10.000 habitantes a dos horas al sur de Santiago; nos enseña impresionantes fotos del lago, del volcán en activo y del Teatro del Lago, un precioso auditorio de 1200 plazas que abrió en 2010, asentado a la orilla del lago.
Cuando preguntamos cuál es su aeropuerto favorito, lo primero que se le viene a la cabeza es una cola de dos horas y media en el JFK, rodeado de un montón de gente muy enfadada. Apunta que como “hombre relativamente ocupado” le parece que, como salida de un país “algo no está bien pensado”. Los ingleses no enorgullecemos de ser maestros del subestimar y ciertamente, hemos encontrado nuestro par.