Como cada año, en México, el 2 de octubre recordamos la matanza de Tlatelolco y, por extensión, el Movimiento Estudiantil de 1968, hechos que marcaron de manera contundente nuestra historia. La consigna siempre es no olvidar, dar voz a lo dicho, significados a lo sucedido, y recordar que nos falta mucho por saber. Este año, que se cumplen cincuenta de aquellos acontecimientos, se han organizado una serie de actividades, convocadas principalmente por las universidades, para dar forma a la memoria. En este marco, la OFUNAM nos ofreció un sugerente programa cuidadosamente elegido, titulado “Música contra el olvido”, con tres obras que pasaron de la explícita conmemoración de lo sucedido en esa tarde de 1968 a una reflexión optimista sobre la permanencia de la vida, y de la música, a pesar de la muerte y las atrocidades humanas.

Marchas de duelo e ira es una obra compuesta, por encargo de la UNAM, para la conmemoración del cuadragésimo aniversario de la noche de Tlatelolco en 2008. El propio Arturo Márquez ha dicho que es su impresión de lo que pasó entonces. Conformada por dos partes (las dos marchas del título), la primera, y la más interesante, se experimenta como una acumulación de tensión y volumen que culmina en la explosión de la ira que da forma a la segunda marcha, donde no solo aparece el motivo sobre el que se construye toda la obra (el lema “2 de octubre no se olvida”) expresado rítmicamente, sino también motivos que remiten claramente a las obras y al lenguaje más conocido del autor. Esta obra, del repertorio propio de la OFUNAM, tuvo una muy lograda interpretación, en la que destacó la paciente construcción de tensión, que termina por desbordarse, a través de un buen manejo de los matices y variaciones de tiempo muy bien comandados por el director invitado.

Como segundo número nos ofrecieron Credo, obra poco conocida por estos rumbos del, en cambio, muy conocido y admirado Arvo Pärt. La une con la primera obra la explosión de la ira a causa de los excesos del poder. Las distingue, sin embargo, que en la obra de Pärt lo que vence es el mensaje de la serenidad y de la ley cristiana del amor, mientras que en la otra parece que la ira y el dolor permanecen. La obra es poderosa como pocas y apela tanto al escucha de sensibilidad cristiana como al que gusta de la música de Bach o a aquel que se admira con la potencia de la orquesta y de las masas corales. Es una pena que las entradas a destiempo hayan restado impacto a la interpretación, que por lo demás fue correcta, destacando el solista que desde el piano dio voz a Bach y al orden que impera al final. El coro, parte fundamental de esta obra, consiguió en todo momento un buen equilibrio con la orquesta y una interpretación que tuvo su mejor momento en la encarnación de lo que parecería una turba desatada y llena de ira de la parte media.

Después del intermedio, la OFUNAM nos ofreció la cuarta sinfonía de Nielsen, que ya desde el subtítulo anuncia que la vida permanecerá inextinguible por encima de los horrores de la guerra. En este caso concreto, la Primera Guerra Mundial, que sirve como escenario para el desarrollo del combate y disertación musical que combina todo tipo de texturas que, además de variedad, permiten el lucimiento individual de los músicos. Por el lugar que me tocó en suerte, pude experimentar de cerca el trabajo de los violines primeros. Me sorprendieron gratamente la precisión de la articulación y la sincronía de sus arcadas, que dio como resultado un buen sonido de bloque y una gestualidad visualmente gratificante. Destacaron también las flautas y, durante todo el concierto, las muy nutridas percusiones.

Esta obra, como las otras, tiene como referente extramusical el poder y sus excesos, la ira y la muerte, pero con un final esperanzador sobre la vida humana. Quizás la esperanza sea lo que quede en una conmemoración como esta. Es una pena que, con tan interesante programa, la sala haya estado tan poco concurrida.

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