A los 54 años de la Masacre de Tlatelolco, ocurrida el 2 de octubre de 1968, fue oportuno que la Orquesta Filarmónica de la UNAM abriera su concierto con un homenaje a este evento. Las Marchas de duelo y de ira del compositor sonorense Arturo Márquez es una obra compuesta en 2008 que recoge la angustia de los movimientos de 1968 y su memoria. La consigna "2 de octubre no se olvida" se incorpora a la obra como motivo rítmico, y –como sugiere el título– la obra pasa de una expresión melancólica de "duelo" a un grito galopante de "ira". El director huésped Iván López Reynoso dirigió la orquesta con pericia a través de esta obra de gran carga emocional, acentuando la articulación percusiva de los instrumentos de viento metal y madera durante la marcha. Las secciones en pizzicato, en particular la de los bajos, fueron interpretadas muy energéticamente y las agudas articulaciones resonaron en la sala. Gran parte de la obra de Arturo Márquez, aun sin texto, es explícitamente política, y uno podía sentir por qué: la interpretación zumbaba con una palpable excitación que impregnaba su programa de duelo, ira y resistencia política.

Siguieron los Four Sea Interludes de Benjamin Britten ("Amanecer", "Domingo por la mañana", "Claro de luna" y "Tormenta"), que son tan programáticos como las Marchas de Márquez. La factura recuerda a la Sinfonía Pastoral de Beethoven, con varios grupos de instrumentos que representan el mar, la luz del sol, las nubes de tormenta y otras características presentes en la ópera Peter Grimes. Destacó la interpretación de las maderas, con las líneas del piccolo en staccato atravesando la espesa textura de la "Tormenta" para acentuar la furia. La sección de percusión también tocó con una precisión soberbia, y sus nítidas articulaciones acentuaron la energía rítmica de los interludios.
El crecimiento orgánico de los pequeños motivos interconectados es un sello distintivo de las sinfonías de Sibelius; sabemos que el propio Sibelius comentó a Mahler en el encuentro que tuvieron en 1907 que "admiraba (...) la profunda lógica que creaba una conexión interna entre todos los motivos". Ello requiere una interpretación experta para transmitir el efecto adecuadamente. El primer movimiento se ejecutó con suavidad: enérgico sin ser demasiado apresurado. Diferentes grupos de instrumentos se sucederion al pasar la melodía de unos a otros con un logrado estilo camerístico. El segundo movimiento presenta un solo de bajo en pizzicato, que fue muy bien ejecutado (al igual que los momentos de pizzicato en las Marchas de Márquez); sin embargo, los fuertes contrastes dinámicos que Sibelius especifica se sintieron algo débiles. Los rápidos ritmos de tresillo del tercer movimiento requieren precisión, y el tempo vivo que Reynoso tomó hizo que, en ocasiones, las figuraciones rítmicas se volvieran confusas. No obstante, el movimiento proporcionó una eficaz transición attacca a las elevadas melodías del cuarto movimiento. El final, el movimiento más largo de la sinfonía, opone un motivo menor “oscuro” al jubiloso discurso en re mayor que concluye la obra, utilizando una colorida orquestación de bajos y violonchelos en pizzicati a los que responden brillantes metales y maderas. Aunque algunos momentos del final parecieron apresurados, la coda de Molto largamente fue ejecutada fielmente y las entonaciones majestuosas del acorde final proporcionaron un satisfactorio cierre a la sinfonía y a la noche.